miércoles, 6 de mayo de 2020

Excursión X213: Torrelodones por Monte Peregrinos

FICHA TÉCNICA
Inicio: Torrelodones
Final: Torrelodones
Tiempo: 1 a 2 horas
Distancia: 12,2 Km 
Desnivel [+]: 249 m 
Desnivel [--]: 249 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 1

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN WIKILOC

RESUMEN
Para la segunda ruta en desconfinamiento fase 0, me propuse una algo más larga que la primera y por un lugar que no conocía, la zona de Monte Peregrinos, en el extremo oeste de Torrelodones, lo que me obligó a salir temprano para cumplir horarios.

A buen ritmo, enfilé desde la plaza del ayuntamiento hacia la explanada del punto limpio y, nada más pasar bajo la A-6, ascendí por la escalera que conduce a la torre, solo que no subí a ella, si no que, continuando de frente, descendí para luego continuar hacia el puesto de control de entrada a la urbanización Las Marías.

Me seguía sorprendiendo la frondosidad de las jaras y el matorral, exuberante y lleno de colorido florecido en esta primavera inusual. Algunos peldaños de la escalera estaban invadidos de jaramagos, es lo que tiene no haberlas pisado nadie en casi dos meses.

Crucé la urbanización por el paseo de Emilio Alarcos mientras seguramente pocos vecinos de los chalets se hubiesen levantado aún, porque el silencio era abrumador.

Al llegar a la otra entrada a la urbanización, crucé la rotonda y pasando junto al club de campo, hoy día denominado como Centro de Iniciativas y Desarrollo Municipal Torreforum, me encaminé hacia el bonito parque que tras él se ha habilitado y que estos paseos de desconfinamiento me han permitido descubrir.

Un monumento a la Constitución hecho en hierro en un extremo donde luce poco, una curiosa casa envuelta en vegetación, supongo que de algún afamado arquitecto, y unas charcas con abundante agua en el parque, amenizan el recorrido.

Cruzado el frondoso parque, callejeé en dirección noroeste buscando la avenida de Rosario Manzaneque, pasando junto a modernistas chalet cúbicos, alguno con la impronta del arquitecto Joaquín Torres, el que diseñó varias viviendas de lujo en el conjunto La Finca.

Conforme me interno por la Colonia, los chalets van tornándose más rústicos, abandonan las grandes cristaleras y las paredes rectangulares en blanco para dar paso a la piedra de granito, la pizarra y amplios y boscosos jardines.

Al llegar a la calle Monte Aurora, giré a la derecha, en busca de la entrada al Monte Peregrinos, el objetivo de la ruta. Se trata de una urbanización con amplias zonas de encinas entre las cuales van asomando casas desperdigadas.

Me asombra que esta zona tan verde y tan amplia haya podido resistirse a las garras especulativas asociadas al ladrillo, supongo que tendrá algún régimen de protección y, si no es así, debería tenerlo porque la zona, aparte de ideal para pasear, tiene muchos valores paisajíticos.

Tras zigzaguear por el encantador entorno, apenas sin pendiente, en su extremo más occidental se inicia una fuerte bajada, donde hay que elegir entre seguir por la izquierda y regresar, paralelos a las vías del tren, hacia la Colonia o seguir una estrecha senda que sale a la derecha en dirección al arroyo de Peregrinos.

Dudé cuál elegir, pero finalmente me decidí por acercarme a ver el arroyo, que no conocía, y su exuberante entorno, solo afeado por un inmenso enjambre de viviendas que se agolpan en la ladera opuesta del arroyo, en la urbanización Parquelagos.

Vadeé el arroyo con la ayuda de unas piedras estratégicamente alineadas en su lecho, por el que corría mucha agua, otro milagro de esta primavera como las de antes. La curiosidad me pudo y siguiendo una senda a la izquierda, me fui acercando al alud que soporta las vías del ferrocarril, en su empeño por hacer su recorrido plano.

Sin esperanza alguna de hallar un lugar de paso, me vi sorprendido por el túnel que encauza las aguas del arroyo Peregrinos, pero que deja una elevada acera de paso, libre de inundaciones y que sin dudarlo me animé a cruzar.

Ya no tenía más remedio que buscar la salida de la senda que continúa arroyo abajo, hasta dar con una pista ya conocida por mí, en la urbanización Las Minas y que facilita el paso al mirador natural del río Guadarrama, al que me acerqué a contemplar, porque recordaba que era un lugar que merecía la pena.

Después descender entre enormes riscos al bello y romántico puente de la Alcanzorla.

El puente salva el río Guadarrama a la salida de su estrecha garganta. Aunque muchos le asignan un origen romano, es una construcción medieval, erigida durante la dominación musulmana del centro de la península, probablemente levantado entre los siglos IX y XI.

Formaba parte de un camino militar, a través del cual se unían distintas torres-vigía y ciudadelas, diseminadas longitudinalmente entre Talamanca de Jarama y el Valle del Tiétar.

Las fortificaciones más cercanas a su enclave son la Atalaya de Torrelodones y La Torrecilla, ubicada en el término de Hoyo de Manzanares.

Las primeras referencias escritas del puente son muy posteriores a su construcción. Estas se sitúan en el año 1236, cuando el rey Fernando III de Castilla pidió ayuda para recuperar Córdoba a cambio de unos terrenos situados entre Galapagar y Torrelodones, curiosidades que unen mis dos ciudades de vivencias.

Tras las muchas fotos que este puente merece, crucé la urbanización de Los Jarales, para salir a otro puente, llamado Puente Nuevo.

Fue conocido como tal desde su inauguración en el siglo XVI, para diferenciarlo del viejo puente de la Alcanzorla, que quedó en desuso tras la apertura de la nueva infraestructura, mandada construir por Felipe II y atribuido a Juan de Herrera.

Desde allí, enlacé por la calle de la Tejera con el camino que paralelo a las vías del tren termina en la Estación, donde crucé las vías para salir a la avenida de la Estación y alcanzar la travesía del Gasco para, sin cruzarla, continuar por la dehesa que sale al este de la urbanización Montealegría.

Me interné por la espléndida pradera siguiendo una bonita senda entre jaras en flor, amapolas radiantes y florecillas de todos los colores hasta alcanzar la parte más oriental de la urbanización Las Marías.

Dejando a la derecha los numerosos riscos que preceden la hondonada por la que circula encajonado el tren, camino de la estación, continué por su pequeño pinar, que siempre es agradable cruzar, tanto en verano por su sombra, como el resto del año por su frondosidad de sus altas copas, hasta acercarme a las inmediaciones de la Torre de los Lodones. 

Siempre me sobrecoge el momento en que la atalaya comienza asomar entre las rocas, con el Palacio del Canto del Pico al fondo.

Al pie de sus muros de piedra, cargados de historia, las vistas del pueblo, de la llanura de Madrid y de la Sierra de Guadarrama son sencillamente majestuosas, e invitan siempre a su contemplación sin prisas, que no era mi caso hoy, apremiado por el toque de queda que imponía las normas de desescalada.

Descendiendo por su lado norte, el más abrupto, pero el más corto, descendí con premura por las escaleras hasta llegar de nuevo a la explanada y bajo los túneles de la autovía A-6, alcanzar de nuevo la plaza de la Constitución, dando así por finalizada esta estupenda excursión, que bien se merece 4 estrellas.
Paco Nieto

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