lunes, 17 de diciembre de 2018

Excursión X158: Las Dehesas de Guadarrama

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Guadarrama
Final: Guadarrama
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 16,7 Km 
Desnivel [+]: 521 m 
Desnivel [--]: 521 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 6

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Lo que iba a ser un corto paseo por las dehesas de Guadarrama y Los Molinos acabó en una larga excursión con varios alicientes añadidos sobre la marcha.

Iniciamos la ruta en el aparcamiento del área recreativa del Gurugú, situada a la salida de Guadarrama por la antigua N-VI en dirección al puerto del Alto del León. Descendimos hacia la carretera, jalonada por enormes hitos cilíndricos acabados en cono, llamados "picutos", que siempre han llamado mi atención.

Están enfrentados de dos en dos, situados a ambos lados de la carretera por el Alto del León entre Guadarrama, antiguo Camino Real de Castilla, el primero en la salida lado Segovia, y el último en San Rafael en la entrada lado Madrid, formando un total de cinco pares.

Aunque pudiera parecer que servían para señalar el camino cuando estuviera nevado, su verdadera función era impedir la circulación nocturna mediante el cierre con cadenas y evitar así el robo de madera, la caza furtiva y el esquivar el pago del peaje establecido. En este enlace se de mucha información sobre este tema.

Giramos a la izquierda para seguir por la calle Canfranc y salir a la urbanización Miranieve, donde enlazamos con el Cordel de la Calleja de los Poyales, de arraigada tradición trashumante, dejamos a nuestra derecha Prado Herrera, con extensas fresnedas, con sus troncos exageradamente gruesos en comparación con el enclenque ramaje, el cual suele cortarse al cero cada poco para alimentar al ganado en invierno, dejándolos trasmochos.

Cruzamos el arroyo del Tejo, que poco antes de dos kilómetros aguas abajo desemboca en el río Guadarrama. En el Descansadero de la Calleja de los Poyales paramos junto al abrevadero del Rasillo, situado en una extensa pradera que lucía un hierba recién cortada.

Unos pocos de metros más adelante dejamos la vía pecuaria para seguir por nuestra derecha, bordeando la finca de los Poyales, donde numerosos caballos, muchos blancos, retozaban a lo lejos. Continuamos en dirección noroeste hasta cruzar el Cordel del Toril, que en este tramo sirve de límite con Los Molinos.

Un poco más adelante el camino estaba lleno de charcos, consecuencia de las últimas lluvias, mientras nos recreamos con las bucólicas imágenes de los fresnos en las dehesas.

Amantes de la humedad, el fresno formaba antaño apretadas masas en las jugosas navas del piedemonte guadarrameño. Fresnedas que fueron pronto adehesadas, esto es, cercadas y aclaradas para favorecer el desarrollo de pastizales, y que, estabilizadas desde hace siglos, trazan la amistosa frontera entre el hombre y la sierra desde El Escorial hasta Guadalix, pasando por Manzanares el Real.

Enseguida divisamos a nuestra derecha otro abrevadero, éste en el interior de la Dehesa, a la que se accede por un portón sin candado. Junto a ella nos hicimos la foto de grupo. Y un poco más adelante, al otro lado del camino, se encuentra una fuente entre las rocas, cercana a la Ermita Virgen del Espino, a la que nos acercamos a continuación.

Desde 1962 se alza sobre un mogote granítico, coronada por una campana con enormes vistas: de la Peñota, de Siete Picos, de la Bola del Mundo, de la Maliciosa..., así como al ejército de chalés que, desde Villalba hasta Cercedilla, ha desalojado a las fresnedas de las frescas riberas del curso alto del Guadarrama.

Continuamos hacia el norte, dejando a nuestra izquierda Prado Montero, cruzamos el arroyo de las Atalayas, llegando al pequeño embalse de los Irrios, que dejamos a nuestra derecha tras acercarnos a su presa, para seguidamente cruzar por un puente de piedra las vías de ferrocarril, continuando, tras cruzar un portón, en ascenso por una bonita pista entre pinos en la zona conocida como los Barrancos.

Alcanzada la máxima cota del día, iniciamos el descenso hacia la estación de Tablada, a la que llegamos al enlazar con la calle de la Estación. Allí nos tomamos el tentempié de media mañana mientras esperábamos ver llegar a un tren de cercanías procedente de Cercedilla.

Tras el paso del tren, cruzamos las vías y descendimos con fuerte pendiente siguiendo el cauce de un arroyuelo, que nos conectó con el Cordel de Valladolid desde el cual, en dirección sureste, nos hace retomar la Dehesa de los Poyales, que rodeamos pasando junto a una fuente abrevadero de tres pilones.

Volvemos a cruzar el Arroyo del Tejo y al poco, pasamos entre unas instalaciones abandonadas en El Retamar, a nuestra izquierda y un Sanatorio Militar, a nuestra derecha, descendiendo por un estrecho y pedregoso paso.

Como íbamos bien de tiempo, a alguno se le ocurrió subir a un cerro rematado con una cruz, para lo cual dejamos la espléndida pista para desviarnos a la derecha, cruzar la antigua N-VI y ascender por una pista que al final se estrecha y complica con jaras y zarzas.

Tras la fuerte pendiente, por fin alcanzamos el cerro de las Encinillas y su enorme cruz de piedra, con una inscripción que indica "Cruz de los Sanatorios 1952", algo borrosa, desde la que se tienen unas magníficas vistas de las dehesas.

Después de la fotos de rigor, regresamos por la pista, cruzamos de nuevo la N-VI y volvemos a conectar con el Cordel de Valladolid, que nos lleva a las primeras casa de la urbanización Monte Pinar, continuando por la avenida de las Acacias hasta llegar de nuevo al aparcamiento del área recreativa del Gurugú, donde finalizamos esta excursión que bien se merece 4 estrellas.

En el restaurante Entrevías Casa Isidro de Villalba celebramos con una estupenda paella la finalización de esta ruta y brindamos con todos los compañeros que pudieron acercarse, por las fiestas y por más excursiones el año que viene.
Paco Nieto

martes, 11 de diciembre de 2018

Excursión X157: Puerto de Malagosto desde Rascafría

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Rascafría
Final: Rascafría
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 19,7 Km 
Desnivel [+]: 932 m 
Desnivel [--]: 932 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 3

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
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RESUMEN
Con un día frío y algo de niebla nos acercamos a Rascafría para iniciar en la plaza del ayuntamiento esta larga excursión, con el grupo bastante mermado por cuestiones de salud.

Salimos de la plaza girando a la izquierda por la carretera M-604, la que hacia Lozoya, enseguida nos desviamos a la derecha por la M-611, la carretera que sube al puerto de Canencia, para dejarla a los pocos metros por el Camino Natural Valle del Lozoya, que recorre la vertiente sur de la sierra de Guadarrama, por un valle salpicado de pinares centenarios, que cuenta con la presencia constante del río Lozoya.

El Camino comienza en el Puente del Perdón, junto al Monasterio de Santa María de El Paular y termina en El Cuadrón, tras 31,7 km de recorrido, 605 m de subida y 455m de bajada, pero que en estos primeros tramos es completamente llano.

Tras dejar atrás el cementerio de Rascafría, continuamos por una vía pecuaria que atraviesa la urbanización “Los Grifos” por un agradable paseo entre fresnos, rebollos y avellanos hacia Oteruelo del Valle, cruzando previamente el Arroyo del Gallinero y el Arroyo Entretérminos, que llevaba bastante agua, lo que nos obligó a utilizar la bonita pasarela que lo salva. Por nuestra derecha contemplamos cómo el sol remonta por la Sierra de la Morcuera entre la niebla, creando unos bonitos contraluces.

Entramos en Oteruelo del Valle por la plaza de la Fragua, donde su antiguo potro de herrar nos evoca un pasado que se remonta a la época medieval, cuando estos pueblos del valle surgieron ligados a la repoblación de la sierra llevada a cabo por cuadrillas segovianas, integrados en el "Sexmo de Lozoya" como unidad administrativa de la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia. Tras la reestructuración provincial realizada en 1833, pasaron a formar parte de la provincia de Madrid.

Salimos del pueblo por la avenida de La Paz, cruzamos la carretera M-604, y por el camino que sale a la izquirda, en dirección noroeste, continuamos entre dehesas con caballos que se nos acercan y vacas paciendo tranquilamente en la hierba.

Mirando hacia atrás contemplamos el embalse de Pinilla, medio oculto por la niebla y hacia la izquierda la imponente silueta de Peñalara, con toda su cumbre nevada, que la hace parece aún más grandiosa.

Entre fincas, por camino llano, pasamos junto a un estanque que un pequeño arroyo llena de agua para el ganando. Aquí, sin camino evidente que seguir, tratamos de buscar el olvidado PR-20, giramos hacia el norte, iniciando el ascenso hacia el puerto de Malagosto, entre jóvenes robles y fresnos.

Conforme ascendemos, las vistas del valle ganan en belleza, a la vez que nos enredamos en zarzas y matorrales, que sin una senda evidente, tratamos de superar buscando los pocos claros que la loma ofrece en esta zona conocida como la Pared Cimera, vaya usted a saber por qué.

Pasamos una cerca entre fresnos, con portón abierto, y alcanzamos, tras sortear matas y zarzas, una praderita en la que destacaba un precioso acebo cargado de bolitas rojas cuan árbol de Navidad desde donde se tenía una amplia panorámica del valle del Lozoya y del recorrido que habíamos realizado hasta llegar hasta aquí.

Continuamos entre zarzas, buscando la casi inexistente senda. Un poco más arriba, tras saltar un murete de piedras rematado con alambrada, alcanzamos el Camino de Segovia, que une el puerto con Alameda del Valle y que visto lo visto, quizás hubiese sido mejor haberlo ascendido desde allí, aunque hubiese supuesto unos cuántos kilómetros más.

Por el despejado camino, que se agradece sobremanera, ascendimos por la Loma de Peñas Crecientes, desde las que tenemos unas excelentes vistas del Valle del Lozoya, Cuerda Larga, Sierra de la Morcuera, Peñalara y del cercano Hoyo Borrascoso, unos de los vestigios de circos glaciares que pueblan la cara sur de los Montes Carpetanos.

Tras las pertinentes fotos con tan espléndidas vistas, descendimos al Collado de Vihuelas, dándonos así un pequeño respiro tras la subida, antes de afrontar el empinado tramo que nos faltaba para llegar al puerto de Malagosto, situado a 1.928 metros de altura.

En el alto una inscripción en piedra recuerda las andanzas del Arcipreste de Hita por este lugar, que en su en su libro de Buen Amor, s. XIV, cita como puerto ‘Malangosto’ en su cántiga de la“serrama de Malangosto” (959): “Passando una mañana / el puerto de Malangosto / salteóm una serrana […]”.

Sin embargo, los expertos sostienen que "agostar" significa pastar el ganado durante el verano en las dehesas; y agostaderos se llama a los sitios o pastos donde agosta el ganado. Así que Malagosto significa en realidad mal sitio de pastos o mal sitio para pastar el ganado o mal agostadero.

La famosa romería del Cristo de Malagosto se celebra el primer domingo de agosto en este puerto, en la que dicen es la romería más alta de Europa.

Resguardados del gélido viento tras las rocas del muro de separación de Madrid y Segovia, dimos cuenta de los bocadillos, esta vez sin el apreciado vino de Jorge, mientras nos deleitábamos con las magníficas panorámicas que desde aquí se tienen.

De nuevo en marcha, tomamos el PR-32 en dirección sur, ascendiendo la cuerda carpetana junto a la alambrada que marca los límites de Segovia con Madrid, alcanzando al poco la cota de mayor altura del día, Las Poyatas, con 2.013 metros, en la que había un todo terreno rotulado con "Sierra de Guadarrama. Parque Nacional", el primero que veo con tal inscripción.

Dejando el puerto de las de las Calderuelas unos 300 metros a nuestra derecha, abandonamos el PR- 32 para descender por el PR-35 hacia Rascafría, coincidente durante un par de kilómetros con un amplio cortafuegos, con excelentes vistas de Peñalara y la Cuerda Larga.

Poco después de cruzar una pista, la senda se interna de frente en un frondoso pinar, pero su rastro se puede seguir sin problemas gracias a los hitos y lo que parece un cauce de un arroyuelo hasta alcanzar el Raso de la Cierva.

El lugar no tiene pérdida, porque desde bien lejos se ve la torreta de vigilancia contra incendios que ahora estaba cerrada. Junto a ella, se encuentra el mirador de las Caseruelas, con una caseta desde la que se se tienen amplias vistas del Valle del Lozoya, el ramillete de pueblos de su orilla, destacando en primer término el Monasterio de Santa María del Paular, y al fondo el embalse de Pinilla.

Sin abandonar el PR-35, ahora convertido en amplia pista, un par de zetas nos lleva a las Matillas y unas cuantas curvas nos pone a pie de un hermoso robledal salpicado de hermosos ejemplares de pino en la zona conocida como las Cayadas, donde dejamos momentáneamente el PR-35 para enlazar un poco más abajo de nuevo con él.

Pisando un manto de hojas caídas, con el arroyo del Artiñuelo cercano, a nuestra derecha, entramos en Rascafría por la calle del Reventón y de a continuación por la de la Amargura, la primera seguramente en referencia al palizón que nos hemos dado y la segunda a lo que sentiremos pronto al estar lejos de este entorno tan precioso.

En uno de los bares de la plaza celebramos el fin de ruta y brindamos por la pronta recuperación de los compañeros que hoy no nos han podido acompañar a esta exigente ruta que se merece 4,5 estrellas.
Paco Nieto

lunes, 3 de diciembre de 2018

Excursión X156: Abedular y Chorreras de Canencia

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Canencia
Final: Canencia
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 19,6 Km 
Desnivel [+]: 775 m 
Desnivel [--]: 775 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Tras el intento fallido de visitar el abedular de Canencia la semana pasada, hoy retomamos el proyecto, con la idea además de ampliar la ruta pasando por las dos principales chorreras que alegran el paisaje de este bonito pueblo. Y como la ruta planteada iba a ser un poco larga, por votación elegimos finalizarla descendiendo, que siempre es mejor que acabar subiendo, de ahí que la iniciáramos en el pueblo y no en el puerto de Canencia.

Llegamos temprano a las inmediaciones de la iglesia de Santa María del Castillo, sorprendidos porque durante casi todo el recorrido sólo hemos visto niebla y desde que pasamos en coche por el puerto, luce un sol espléndido.

Echamos a caminar por la calle Real, donde nos sorprende lo estrecha que es una de sus casas, que tiene apenas el ancho de la puerta, seguramente se llevaría el premio guiness. Salimos del pueblo por la carretera que va al puerto, cruzamos el arroyo del Batán, donde giramos a la izquierda justo donde se encuentra la fuente de la Barrera.

Curiosamente, un cartel sobre el puente de la carretera, lo anuncia como "Río Canencia", en lugar de arroyo del Batán, en realidad es un poco más abajo, en el puente Canto, cuando se une al arroyo, que no río, de Canencia, por lo que cabe concluir que el cartel miente dos veces.

En una legua a la redonda del pueblo cantan nada menos que 18 fuentes y otros tantos regatos, que nutren el arroyo de Canencia antes de entregarse al río Lozoya, bajo el puente medieval de Matafrailes.

Canencia es también la cadencia (del latín 'cadere', caer) de sus dos cascadas, todo un récord en una región, la madrileña, que sólo posee ocho saltos dignos de consideración. Una, apenas conocida, la de Rovellanos, en la umbría de Cabeza de la Braña, y la otra, es la famosa chorrera de Mojonavalle, junto al puerto de Canencia, ambas objetivos de la excursión de hoy.

Ascendemos suavemente por una pista coincidente con el PR-29, atravesamos la mencionada barrera, con el susurro del arroyo a nuestra izquierda, con los primeros rayos del sol asomando por la cresta del Mondalindo.

Enseguida cambiamos de margen cruzando el arroyo del Batán por el puente de las Cabras, con protecciones de madera e inmediatamente dejamos la pista para seguir junto a su cauce, más atractivo que el arenoso camino. Este arroyo lo forman en realidad dos, el arroyo del Ortigal, que nace a los pies del Mondalindo o Cabeza del Cervunal (1.831 m), y el de Matallana, que nace en la loma de Cabeza de la Braña (1,771 m), ambos se abrazan justo antes de la presa del Batán.

El entorno es muy bello, con pequeños saltos de agua y pozas que prometen buenos baños en verano. Al otro lado del arroyo divisamos lo que queda del Molino del Morote, al que los mapas llaman, para variar, del Gollote. El molino está muy deteriorado y en un lamentable estado de ruina que amenaza con su total derrumbamiento, lejos quedan los gloriosos días en los que tener un molino era signo de prosperidad.

Poco a poco el recorrido se complica y nos obliga a alejarnos algo del arroyo, subiendo por la ladera hasta alcanzar la presa del Batán, protegida por una oxidada barandilla que está pidiendo a gritos una mano de pintura y algo de mantenimiento.

Cruzamos la presa, mientras disfrutamos de su agua remansada haciendo de espejo de las montañas (tiene un volumen de 0,37 hm3, una superficie de 4,43 ha) y ascendemos por una senda que culebrea a media ladera por el empinado roquedal cercano al arroyo de Matallana, marcada con algunos hitos, que gira a la derecha, ofreciendo una bonita vista de un pequeño salto de agua de gran atractivo y, más al fondo, de la chorrera de Rovellanos, mucho más espectacular.

Enseguida llegamos a ella, avanzando con tiento por la empinada ladera. La chorrera forma una hermosa cola de caballo, que se derrama estrepitosamente sobre un lanchazo de gneis, de ocho metros de altura, recogiéndose en una poza rodeada de sauces, rosales silvestres y fresnos. Su poza promete un delicioso baño en verano, pero no así el resto del año, pues sus aguas alimentadas por las nieves cortan como una sierra radial.

Tras el breve descanso, iniciamos la ruta hacia el puerto de Canencia remontando, con fuerte pendiente, el lanchar por el que se precipita el agua, mucho más abrupto y poco recomendable mojado o con hielo, que bordear la ladera que nos acercó hasta la chorrera.

El valle del Lozoya se iba abriendo al este, enmarcado por Peñalara, los Montes Carpetanos y la sierra de Ayllón en el horizonte. Vencido el repechón, enlazamos con la senda que en dirección suroeste nos llevó a Las Hiruelas, en la loma norte de Cabeza de la Braña, de la que sólo nos separa un kilómetro de distancia y 200 metros de desnivel. Braña es una voz arcaica, anterior a la conquista romana del norte peninsular, que los 'vaqueiros' asturianos aún usan para referirse a los pastizales de verano.

El día era espléndido y, según se ganaba altura, las cumbres del oeste de los Carpetanos y Peñalara se iban mostrando relucientes de nieve.

Continuamos hasta internarnos en el pinar, atravesamos un cortafuegos y enseguida enlazamos con el camino de Miraflores (PR-28), pasamos junto a la pradera de Navasaces, en Collado Cerrado o Hermoso, hasta el puerto de Canencia, donde en una de las mesas de su área recreativa paramos a tomarnos los bocadillos. En uno de los monolitos del puerto está inscrita la famosa frase cargada de razón: El camino de la vida siempre pasa por un monte. G-98.

Tras el descanso, nos acercamos a las bucólicas charcas que se forman junto a la carretera M-629, que cruzamos para continuar por el GR-10.1, pasando junto a la fuente de la Raja, que no tenía agua por estar en proceso de rehabilitación el depósito del que se surte.

Dejamos un chozo de pastores a nuestra derecha y al alcanzar el Centro de Educación Ambiental El Hornillo, desde el que divisamos en primer término, el valle de Canencia; más allá, la cuenca media del Lozoya y las tierras de Buitrago; y, amurallando el horizonte, Peñalara, las cumbres de los montes Carpetanos, Somosierra y Ayllón.

Dejamos la pista girando a la derecha, en la explanada del mirador, un imponente hito de piedra, junto a unos hermosos ejemplares de abedul, sirve de comienzo de la senda ecológica que desde su base se inicia hacia el Arroyo del Sestil del Maillo, que nos lleva a la segunda chorrera de la jornada, la de Mojonavalle, donde el arroyo del Sestil se escurre por un pétreo tobogán en dos tramos con más de 50 metros de altura, con un torrente de agua tan abundante y espectacular como nunca habíamos visto antes.

Era todo un espectáculo contemplar cómo se despeñaba y brincaba el agua entre las rocas. Éste es uno de los rincones más umbríos, húmedos y gélidos de la sierra de Guadarrama, como lo demuestra la cascada, muy a menudo helada. 

Después de las inevitables fotos, descendimos junto al arroyo del Sestil del Maillo. Sexta', para los romanos, era la hora central del día, la de más calor, que designan tanto la costumbre de dar una cabezada después de comer como la que tiene el ganado de recogerse en lugares fresquitos para más o menos lo mismo. De ahí viene 'sestil', que es el nombre que reciben tales lugares y este arroyo, uno de los más sombríos de Madrid.

El Sestil del Maíllo tiene su cuna en la umbría del cerro Perdiguera (1.866 metros), a medio camino entre los puertos de Canencia y la Morcuera. A su vera proliferan, formando un bosque de cuento, abedules, tejos, acebos y serbales, especies típicas de latitudes mucho más norteñas que conforman un bosque singular –el llamado abedular de Canencia–, recuerdo de los días de frío pelón de la última glaciación.

El abedular juguetea con las frías aguas del arroyo del Sestil del Maillo, que le da la humedad necesaria para su existencia. Los robles aportan algo de contraste al verde de los pinos y matorral del camino, que junto con el llamativo musgo, colorean el paisaje de llamativa forma.

Cruzamos el arroyo por un puente, y poco antes de llegar a la carretera, nos topamos con el Acebo del Puerto, árbol singular nº 76 de la Comunidad de Madrid, un bello ejemplar de 13 metros de altura, 7 metros de diámetro de copa, 2,1 metros de perímetro y con más de 200 años.

Unos metros más abajo, llegamos al puente de la Pasada, y sin casi pisar la carretera M-629, proseguimos por una senda paralela a ella y a pocos metros, buscamos el Tejo de la Senda, árbol singular nº 229, un esbelto ejemplar de 10 metros de altura, 15 metros de diámetro de copa, 4,1 metros de perímetro y con más de 400 años.

Continuamos por la senda, plagada de acebos, que al poco cruza la carretera y se dirige, en dirección noreste hacia el arroyo de Estepares, que vadeamos, cambiando de dirección, hacia el norte, descendiendo cercanos a su cauce sin senda evidente, vadeamos el arroyo del Hueco, ascendemos hasta enlazar con el PR-28.

Continuamos por la cómoda pista, cruzamos un cortafuegos, descendemos por un espeso pinar, muy sombrío, salpicado de hermosos ejemplares de secuoyas, cruzamos un segundo cortafuegos y conectamos con la carretera. Caminamos unos pocos de metros por ella, continuando por una senda paralela a la carretera.

Entramos en Canencia por la calle de la Ermita del Santo Cristo, de mediados del siglo XIX. Cruzamos el puente del arroyo del Batán o río de Canencia, qué más da ya y acabamos en la plaza de la Constitución, a la sombra de la iglesia.

El origen de Canencia se vincula al proceso de repoblación cristiana, llevado a cabo por la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, tras la conquista de la zona por el rey Alfonso VI de Castilla, a finales del siglo XI. Fue utilizado como cazadero por parte de la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media. De hecho, algunos historiadores relacionan el topónimo del pueblo con los perros (canes), ante la supuesta existencia de perreras reales dentro de la localidad.

En el bar Violeta nos tomamos las cervezas de fin de ruta, bien atendidos, a pesar de que ya no está Feli, dando así por terminada esta magnífica excursión, con mucha agua, otoñal y buenas vistas, que bien se merece 5 estrellas.
Paco Nieto

lunes, 26 de noviembre de 2018

Excursión X155: La Cruz del Mierlo por la senda de las Cabras

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Entrada a La Pedriza
Final: Entrada a La Pedriza
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,4 Km 
Desnivel [+]: 534 m 
Desnivel [--]: 534 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
La intención de hoy era hacer una ruta por el Puerto de Canencia para ver el abedular y la Chorrera de Mojonavalle con tonos otoñales, pero una nevada hizo que la carretera se pusiese peligrosa y nos dimos la vuelta en busca de una zona menos alta. Al pasar por Manzanares el Real decidimos ir a ver la Cruz del Mierlo subiendo por la senda de las Cabras, con la esperanza de que, según los pronósticos, a primera hora de la mañana dejaba de llover.

Iniciamos la ruta en el aparcamiento situado en la entrada de la Pedriza, y sin entrar en ella, comenzamos a andar la pista que sale a su izquierda, en drección oeste, llamada Colada de Mataelpino, coincidente con el GR-10 y el Camino de Santiago desde Madrid.

Sin apenas pendiente, pronto alcanzamos el collado de la Jarosa, vadeamos el Arroyo del Campuzano, y a poco más de 3 km del inicio, alcanzamos la Ermita de San Isidro, precedida de una fuente con pilón usada como abrevadero del ganado trashumante.

La Ermita fue levantada con mampostería de la zona por los vecinos de El Boalo. Es el reflejo de la devoción que sus habitantes profesan a San Isidro Labrador, como Patrón por excelencia de los ganaderos y agricultores, gremio a los que pertenecían la inmensa mayoría de sus habitantes antiguamente.

Al pie de la significativa Peña Mediodía, bajo la Torreta de los Porrones, y junto al área recreativa ecológica del mismo nombre, la Romería tradicional en honor al Santo se celebra el 15 de mayo de cada año.

Tras acercarnos a mirar su interior por los cristales de la puerta, comenzamos el que para mí sería el segundo ascenso por la Senda de las Cabras, de la que no cuesta mucho adivinar el porqué de su nombre. Con una ligera pero incesante llovizna realizamos gran parte de su recorrido, lo que añadía una dificultad extra a la empinada ruta.

Nada más comenzar vimos a nuestra izquierda un vivac en el que daban ganas de resguardarse de la lluvia, pero como no parecía que fuese a cesar pronto, continuamos el ascenso, ayudados por lo hitos de piedra, sin perder de vista la Peña del Mediodía, que siempre nos tenía que quedar a nuestra derecha.

Pronto cogemos altura y, mirando hacia atrás, disfrutamos de unas impresionantes vistas del amplio valle y del plateado embalse de Santillana. Pendientes de los de delante y de no resbalar en las escurridizas rocas graníticas, vamos superando la empinada loma, sorteando diligentes los amontonamientos rocosos de la sinuosa senda, que por algo se llama de las Cabras.

Tras un giro a la derecha, divisamos un nuevo vivac, ahora ha dejado de lloviznar y la cuesta se suaviza un poco. Paramos a beber y disfrutar de las bellas panorámicas que desde aquí tenemos.

Un esfuerzo más y nos situamos en la base sur de Peña del Águila, desde donde nos recreamos con el vuelo de varios buitres, con sus alas desplegadas subiendo y bajando por encima de nuestras cabezas.

Descendemos unos metros para bordear el saliente sur de la Torreta de los Porrones, pasamos por un estrecho paso bajo una enorme roca inclinada a modo de chaflán. Superado el mismo, nos encontramos en un pequeño desfiladero, junto a una cueva formada por las rocas, bajo un murallón de piedra vertical que a simple vista parece imposible superar sin el adecuado material de escalada, pero que guarda una sorpresa, la pequeña vía ferrata, instalada en el 2005 y única en la sierra de Guadarrama, que permite este sorprendente acceso a la cresta de la Sierra de los Porrones por su lado más salvaje.

El tramo consta de dos pequeños ascensos, uno, que nos sube el primer escalón rocoso a un rellano encima de la cueva bajo las rocas. Se supera con media docena de clavijas clavadas en la piedra. El pasaje no es difícil, aunque puede impresionar a la gente poco acostumbrada al vacío.

El segundo tramo parte de la repisa y es algo más dificultoso que el primero, desemboca en una canal bastante vertical por la que se sale de la roca. y que nos lleva a la parte alta y final del paso de las Clavijas de la Torreta de los Porrones.

A pesar del miedo que alguno llevaba a este paso, la verdad es que las clavijas, en forma de reposapiés, guardan las distancias entre unas y otras como para poder, a la vez que ascendemos, agarrarnos a la siguiente sin ningún problema.

Una vez arriba seguimos por la senda evidente y, a nuestra izquierda, al llegar a un abrigo natural, entre grandes bloques de rocas, utilizado como vivac, paramos a resguardo de la lluvia, a dar cuenta de los bocadillos .

De nuevo en marcha, y de nuevo la llovizna se hace presente presente. Transitamos ahora por el margen izquierdo del barranco, ascendiendo hasta la chimenea. Encima, la cuesta se templó, alcanzamos una llanura donde terminaron las dificultades, continuando rumbo norte por una zona sin mayor dificultad que sortear la abundante vegetación.

Con magníficas vistas, sobresalía entre nubes el Yelmo y las principales alturas de la Pedriza, la senda alcanza enseguida una cerca. Del otro lado enlaza con otra senda que recorre la cresta de la Sierra de los Porrones. Giramos a la izquierda y en menos de 400 metros llegamos al collado de Valdehalcones, donde se encuentra la Cruz del Mierlo, zona de bonitas vistas hacia ambas vertientes.

La supuesta tumba del Mierlo, se encuentra tendida en el suelo, formada por media docena de piedras de granito toscamente labradas y dispuestas sobre el terreno en forma de una elemental cruz, que un piadoso compañero trazó, acostada en el suelo donde cayó, junto al arruinado corralejo que tantas noches le dio cobijo.

La leyenda cuenta que Mierlo era un pastor de la Pedriza, que vivía en Manzanares el Real en el siglo XIX. Un día se encontró con una señorita, hija de un personaje importante de la corte madrileña, que vagaba por el lugar, que según le relata, había sido secuestrada por unos bandoleros, para pedir un fuerte rescate por ella. Barrasa, el jefe de la banda, llamada de los Peseteros, que medio se había enamorado de la chica, tuvo que bajar a Manzanares a solucionar unos asuntos.

Entonces, dos de los lugartenientes de la banda, a cuyo cargo había dejado a la chica, intentaron abusar de ella pero, ambos se enzarzaron en una discusión en la que uno de ellos murió estrangulado por el otro.

Al regresar, el jefe de la banda se enteró del suceso e hizo arrojar el cuerpo del fallecido por el Cancho de los Muertos, y enojado por la desobediencia empujó al otro tras el cadáver. Cuando estaban en el precipicio, antes de caer, éste logró agarrarse a la pierna de su jefe con lo que cayeron ambos al vacío.

El resto de la banda se asustó por lo sucedido y abandonaron a la joven a su suerte en La Pedriza, que vagó durante un tiempo perdida por los laberintos pedriceros, hasta que la encontró más muerta que viva el Mierlo.

Tras el relato, Mierlo la acompañó a Madrid. Los padres de la joven intentaron recompensarle para que pudiera abandonar su vida rural e incluso le ofrecieron, de corazón, quedarse a vivir con ellos a todo lujo, pero el pastor quiso volver con su vida, con sus cabras y rehusó la recompensa que le hubiera permitido vivir como un duque en la capital.

Y según precisó Bernardo Constancio de Quirós quien recogió la historia en 1919 en la revista Peñalara, la biblia montañera de la época, "volvió a su chozo tornando a su antigua vestimenta, consistente en un sayal atado a los riñones con una tomiza". Hombre sabio como los de su estirpe, el Mierlo sabía que la elemental existencia con su hato de cabras era la mejor de las fortunas.

La vuelta a la Pedriza de Mierlo le salió cara, pues al poco después de aquello, murió a manos de los bandidos que quizás sospechaban que sí hubiese cobrado recompensa, o en venganza por rescatar a su precioso rehén.

A pesar de Bernaldo de Quirós afirmó haberla visto en 1920, la cruz cayó en el olvido porque todos creyeron que una historia tan bonita no podía ser más que una leyenda.

Y olvidada estuvo hasta que, en 2001, un explorador más terco que el resto, Roberto Fernández Peña, dio con ella, divulgando el paradero exacto de estas rocas humildes, pero cruciales para reconstruir el pasado de la sierra, que hoy vuelven a contar su verdad a quien quiera subir a escucharlas.

Tras evocar su recuerdo, volvimos s la alambrada y continuamos en dirección noreste por la bonita senda, plagada de boletus pringosos, que enlaza con el PR-M16, junto a la fuente de las Casiruelas. 

Tras una breve parada, descendimos por el PR, en dirección sureste, alcanzamos el Mirador del Collado de Quebrantaherraduras, con  excelentes vistas de la media Pedriza, y de allí, el del Campuzano, cruzando la carretera que va a Canto Cochino un par de veces, y junto al arroyo de Quebrantaherraduras regresamos al punto de partida, la puerta de entrada de la Pedriza.

Por las dificultades superadas y lo bonita que al final resultó ser, esta excursión se merece 5 estrellas.
Paco Nieto