lunes, 5 de octubre de 2020

Excursión X236: Mirador de los Robledos desde Rascafría

FICHA TÉCNICA

Inicio: Rascafría
Final: Rascafría
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 18 Km 
Desnivel [+]: 267 m 
Desnivel [--]: 267 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4,5
Participantes: 9

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta












TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Esta vez tocaba hacer la ruta más por valles que por montañas, eso sí, con una distancia nada desdeñable, para compensar el corto desnivel.

Iniciamos el recorrido en el aparcamiento cercano al pilón, a la salida de Rascafría. Dejamos atrás el Centro de Información Turística de Rascafría, frente al antiguo cementerio. Los primeros 1700 metros transcurren paralelos a la carretera M-­604 en dirección al Puerto de Cotos. El camino está asfaltado en este primer tramo, que finaliza en el entorno del Monasterio de El Paular y el Puente del Perdón. El paseo discurre entre chopos centenarios que adquieren formas increíbles y remonta el cauce del Lozoya.

Al poco de empezar, pasamos frente a las instalaciones de la serrería de la Sociedad Belga de Pinares de El Paular. Fue en 1837, con la Desamortización de Mendizabal, cuando estos pinares de la zona madrileña de Valsaín fueron arrebatados a los cartujos, adquiriéndolos esta sociedad civil belga para su explotación.

Al poco pasamos junto al Resguardo de la Cañada, que puede venir muy bien para una pequeña parada o en caso de mal tiempo. Su interior está decorado con la técnica del esgrafiado y su cubierta es de madera.

Pronto nos acercamos al cauce del río Lozoya, siendo ésta la parte más bonita del camino, en la que abundan especies típicas de soto (fresnos, sauces, saúcos, etc.). Un poco más allá llegamos al entorno del Monasterio de El Paular.

Aquí existe otra parada para refugiarse o descansar, la Parada de El Paular, junto a la entrada del Hotel Sta. Mª de El Paular, tristemente cerrado desde 14 de julio de 2014, motor económico y laboral de Rascafría.

Enseguida dejamos la carretera y supuestamente seguimos el trazado del GR-10.4 que viene en la cartografía del IGN, pero que para nuestra sorpresa pasa por una finca privada en la que unas puertas cerradas con cadenas impiden continuar, sospechamos que en contra de una más que probable servidumbre de paso.

Cruzado el arroyo de la Cantera, la senda conecta por la derecha con un amplio camino, que en dirección suroeste, coincide con la continuación del GR mencionado. Entre espaciosas fincas, algunas con caballos y otras que más parecen estar dedicadas a eventos, vamos ascendiendo, con poca pendiente, entre pinos y helechos que ya comienzan a dorarse para tener su caracterismo aspecto otoñal.

Al cruzar el arroyo de Hoyo Claveles por primera vez, la pista se empina un poco, sin que esto suponga un gran esfuerzo. En el segundo cruce del arroyo, el camino se aplana, a la vez que gira a la derecha, hacia el sur.

Al alcanzar el arroyo del Brezal gira hacia el este, enseguida cruza el arroyo de la Umbría, todos con puente, y se encamina con algo de pendiente hacia la explanada del Mirador de los Robledos, con estupendas vistas de las zonas más bonitas de la Sierra como es el Valle del Lozoya hasta el embalse de Pinilla del Valle, el macizo de Peñalara y algunos de los picos más destacados de la Cuerda Larga.

En medio de la planicie hay un gran monolito de granito que rinde homenaje a los Guardas Forestales en su primer centenario desde su fundación en 1877 y al lado, una rosa de los vientos metálica, como la que hay en otros miradores de la sierra, que nos indica, según donde apuntemos la flecha, los principales localidades, parajes y cumbres de la sierra de Guadarrama y Cuerda Larga. Grabado en la rueda, hay una frase que me gusta mucho: Para ver hay que mirar, y hay que saber.

Aquí paramos a tomar el tentempié de media mañana, disfrutando de la infinita panorámica del valle. Un ligero y fresco vientecillo nos sacó de nuestro ensimismamiento contemplativo y nos puso de nuevo en marcha. Hacia el sur, recuperamos la pista que primero desciende ligeramente y después remonta por un denso pinar.

Casi sin darnos cuenta, porque iba seco, cruzamos el arroyo de Navalahuesa, al poco nos desviamos ligeramente a la izquierda para contemplar una recóndita laguna en un hermoso paraje perchado en las estribaciones de la Cabeza Mediana, en la que se localizan varios humedales como esta tranquila charca.

No lejos de allí, dejamos el camino para seguir un ramal, a la izquierda que trepa a un cercano otero donde, oculta entre la arboleda, como si intentase esconder su truculento pasado, se intuye lo que fue la Casa de la Horca.

En este solitario paraje se ajusticiaba, allá por 1085, a los reos que en el Puente del Perdón no les concedían el indulto. al ser juzgados por los quiñoneros encargados de administrar justicia.

Continuamos hacia la cercana carretera que sube al Puerto de Cotos, y a los pocos metros de cruzarla seguimos por la senda que a mano izquierda desciende hacia el embalse de la Presa del Pradillo, al que bordeamos por su orilla derecha.

Este precioso lugar, en el que se refleja el cielo, se almacenaba el agua que luego, un par de kilómetros aguas abajo, servía para mover los motores de la fábrica de luz, por la que luego pasaríamos.

Al alcanzar la base de la espectacular cascada en la que desborda la presa, fueron inevitables las fotos. El estruendo del agua al caer a lo largo de unos 50 metros de muro, hace de este rincón un lugar único.

Acompañamos al río en su descenso hacia La Isla, área recreativa que hoy estaba cerrada. Por el puente de madera cruzamos el angosto paso por el que el agua se escurre entre las rocas en varios saltos y, dejando el restaurante a la derecha, proseguimos por la senda que acompaña al río en su descenso, ahora dejándolo a nuestra izquierda.

En placentero paseo, fuimos siguiendo los amplios meandros que realiza el río, en cuyas praderas pastaban relajadas las vacas. Pasamos junto a lo que queda de la fábrica de la luz, y más abajo, junto a otro puente de madera, con una bonita poza bajo él, en la que nos hemos bañado hace años, cuando no estaba prohibido.

Un poco más abajo, vadeamos el arroyo Aguilón, que unos kilómetros más arriba forma las famosas cascadas del Purgatorio. Disfrutando del murmullo del agua, llegamos a las Presillas, zona recreativa en la que una hermosa pradera verde y las piscinas naturales formadas por el río Lozoya sirven de imán los fines de semana para llenarla de gente.

Este año, con la pandemia, no han cerrado las compuertas de los muros, por lo que el agua no se retiene y no hay piscinas y el lugar está algo desangelado, con el kiosco además cerrado, lo que no impidió que aprovecháramos las mesas para tomarnos los bocadillos, ¡qué pena de cervecita fresca!

Repuestas las fuerzas, bajamos al encuentro del puente del Perdón, donde como hemos mencionado, se estableció la costumbre de dilucidar en una de las orillas del puente la inocencia de los reos.

Escuchada su defensa, los cuatro quiñoneros decidían si era culpable o no. Si lo era lo conducían valle arriba hasta la Casa de la Horca, donde era ajusticiado. Si no, le dejaban cruzar el puente, libre. Por ello y aunque eran pocos los que se libraban de la culpa, el puente pasó a llamarse del Perdón.

Nosotros, no lo cruzamos, por si acaso, contemplando, eso sí, la bonita panorámica del puente con el Monasterio de El Paular al fondo y continuamos por un camino que, dejando el río a la izquierda, se interna en el bosque finlandés, que recibe su nombre por las similitudes que presenta con los bosques de ese país.

Un pequeño desvío a la derecha nos permitió acércanos a unos curiosos bancos y mesas hechas con árboles secos y, a su lado, la Fuente del Botijo, lugar de parlamento de los mayores de la zona y que a nosotros nos sirvieron para posar al estilo de Juego de Tronos.

Abetos, chopos, acebos, abedules y otras especies arbóreas propias de los parajes del norte de Europa jalonan este paseo que permite observar un precioso embarcadero sobre las aguas del río Lozoya, y que en este punto forman una represa que servía para acumular el agua para el cercano molino de papel. Junto al embarcadero se encuentra una caseta de madera que, en su día, se utilizó como sauna, uno de los símbolos finlandeses.

El paisaje es realmente soberbio y espectacular durante todo el año. En primavera, la vida se va a abriendo camino y el deshielo de las cumbres hace que el agua sea aún más protagonista. En verano, sus suaves temperaturas lo convierten en un sitio ideal para estar fresquito. En otoño, los colores ocres y dorados invaden el paisaje y le aportan un aire realmente evocador. En invierno, es posible encontrarlo con nieve y hasta con sus aguas, prácticamente, congeladas.

Continuamos por el camino del papel, llamado así porque conduce hasta el antiguo molino de papel en el que los monjes del Monasterio de El Paular fabricaban hojas. Fue el primero que existió en Castilla y de él salió el papel que se utilizó para imprimir la edición príncipe de la primera parte de El Quijote. El edificio fue transformado en el Campamento de San Benito, hoy en ruinas.

Por un puente por cruzamos el Lozoya, pasamos junto a unas naves ganaderas y conectamos con el sendero que nos lleva al pueblo por donde salimos esta mañana. En la terraza del restaurante Caldea, muy bien atendidos, nos tomamos las cervezas que pusieron fin a esta bonita ruta que califico con 4,5 estrellas.
Paco Nieto

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