lunes, 1 de marzo de 2021

Excursión X266: El Sabinar de Lozoya

FICHA
 TÉCNICA
Inicio: Lozoya
Final: 
Lozoya
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 16,5 Km 
Desnivel [+]: 509 m 
Desnivel [--]: 509 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: No/Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK
Track de la ruta (archivo gpx) 

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH 
* Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
Ver esta ruta en Wikiloc

RUTA EN RELIVE
Ver esta ruta en Relive
 
RESUMEN
Para mi, el valle del Lozoya es uno de los parajes más hermosos que forman la Sierra de Guadarrama y esconde tesoros como el que vamos a conocer en esta ruta: el sabinar de Lozoya. Tan singular que es el único que existe en toda la Comunidad de Madrid y representa uno de los bosques arbóreos más originales y genuinos de la Península Ibérica.

Quedamos en el bonito pueblo de Lozoya, al que curiosamente le viene el nombre de Loza, oza, osa, que significa "pastizal" en la forma dialectal del vasco de Guipúzcoa, ya que vascos fueron los primeros repobladores del valle, tras la Reconquista.

Cruzamos el arroyo de la Fuensanta, que nace a los pies del Pico del Reventón y discurre por el casco urbano hasta desembocar en el embalse de Pinilla, que nos queda a la derecha. Seguimos por el camino que lo rodea, con bonitas vistas de sus aguas.

Dejamos a lo alto, a la izquierda el viejo potro de herrar, muy característico en todos los pueblos de la sierra norte y un poco más adelante, pasamos entre el cementerio y el helipuerto, hasta llegar a la gasolinera que hay junto a la M-604. Había que buscar un paso por la alambrada que nos separaba de ella, al fin optamos por saltar un murete de piedras que, junto a un árbol, presentaba menos dificultad,

Una vez cruzada la carretera y un portón, proseguimos por el Camino de Navarredonda, vieja cañada que une este pueblo con Lozoya. La amplia y cuidada pista pasa junto a una granja, por donde el ganado pastaba a sus anchas. Había un gran número de ternerillos, atentamente vigilados por sus madres.

A nuestra derecha comenzamos a ver en amplio bosque por el que baja el arroyo del Villar y en el que se alterna el roble, el pino, los enebros y las sabinas, en una enorme masa verde que, a lo lejos, hace imposible distinguir unos de otros.

Cruzamos por imperceptibles puentes un regato y a continuación el arroyo de la Mata del Tirón, con bastante agua, al igual que el arroyo de la Gallina y el arroyo del Reajo Hondo, todos procedentes de las cumbres de los Montes Carpetanos. Pasado este último arroyo y tras cruzar una portilla, nos internamos en un bosque de robles salpicado de algún que otro fresno y pinos, que de lejos nos parecían sabinas, tal era la ganas que teníamos de dar con ellas, pero se hicieron esperar.

Al alcanzar el camino el arroyo del Villar, nos salimos de él para fotografiar la bonita chorrera que forma en este punto. Recuperada la pista, caminamos un poco más hasta llegar a una agradable pradera con una tapia de piedras y una portilla, que separa los términos de Navarredonda y Lozoya.

Aquí dejamos la pista para iniciar, hacia la derecha, un empinado ascenso por la zona conocida como Los Espinosos, en la que se suben 150 metros en 2 km, justo en los límites de los dos pueblos y siempre con el muro de separación presente.

Al alcanzar los Collados, una pequeña tregua en el ascenso, paramos a tomarnos el tentempié de media mañana, sentados en el muro lindero mientras veíamos cómo la niebla se hacía cada vez más presente, dándole al ambiente un precioso aire de misterio.

Tras el descanso, continuamos ascendiendo con intención de llegar hasta el Cerro de Peña de la Cruz, pero la certeza de que la densa niebla no nos iba a dejar las vistas que desde allí se tendría, no hizo cambiar de idea y ahorrarnos ese tramo de ida y vuelta.

En este punto, el más alto de la jornada, nos desviamos a la derecha para iniciar el regreso, en dirección suroeste, por toda la cuerda del Cerro del Chaparral, pasando junto a lo que queda de unos corrales en el Peñote de Matanda.

Descendimos entre prados, robles, enebros y encinas al collado Portillo, ascendiendo a continuación un poco hasta alcanzar el Cerro del Chaparral, siguiendo una estrecha senda, en la que apenas había hitos. 

Un ligero desvío a la derecha nos ofreció la oportunidad de contemplar, eso sí entre nieblas, todo el valle desde un roquedal. Descendimos un poco hacia el collado de las Fuentes, donde por fin vimos los primeros ejemplares de sabinas, pero ni una fuente.

Un promontorio rocoso nos proporcionó unas esplendidas vistas del majestuoso valle del Lozoya y el embalse de Pinilla, que desde aquí parecía estar rebosante de plata, más que de agua.

Y nada más iniciar el descenso, llegamos a una de las joyas de la naturaleza, el Sabinar de Lozoya, de carácter relicto, es decir, que no se corresponde con las características climáticas de hoy en día, sino con las de épocas pasadas, las propias de bosques esteparios preglaciales que conocieron su apogeo en épocas más frías y secas del Cuaternario. Por eso se adaptan bien en zonas con un duro clima continental.

Estamos rodeados de muchos ejemplares de sabina albar, fácilmente reconocible por su forma cónica. Se suelen desarrollar entre los 1.100 y los 1.300 metros de altitud, aquí están a unos 1250 metros, robándole el espacio a los robles, adaptado y reducido a este lugar por unas condiciones favorables a su desarrollo: bastante inclinación, mucha radiación solar al estar en la solana, escasez de agua en el subsuelo, que da lugar a un monte aclarado, con árboles espaciados, en los que les acompaña enebros y plantas aromáticas como cantuesos, lavandas o tomillos.

Actualmente parecen sentenciados a desaparecer, al encontrarse muy fragmentados y sobre territorios que parecen adversos para la vegetación arbórea, tampoco ayuda el que sean árboles de crecimiento muy lento, que llegan a cumplir edades superiores a 2000 años. Son junto con los tejos y los olivos, los árboles más viejos del continente europeo.

En la Comunidad de Madrid la presencia de sabina es escasa y dispersa, lo que convierte el Sabinar de Lozoya, con 80 ha, en un bosque único.

La sabina era considerado árbol sagrado para los íberos por su hoja perenne, su gran fortaleza y su gran versatilidad. Precisamente estas virtudes han esquilmado su población al ser utilizadas como vigas y tablones en la construcción de las casas.

Con el objetivo cumplido, continuamos el descenso hasta llegar a las inmediaciones de la presa de Pinilla, a cuyo mirador nos acercamos tras cruzar la carretera M-604.

Disfrutando de las magníficas vistas del mar de agua, bordeamos el embalse hasta cruzar por un puente el arroyo del Villar, y siguiendo el bucólico camino que rodea el embalse regresamos hasta el punto de partida, el aparcamiento que hay a la salida de Lozoya.

Como se nos había dado bien la bajada, llegamos a tiempo de disfrutar del menú que nos sirvieron en el restaurante Fernando, completando del mejor modo posible este estupendo día, que bien se merece 4 estrellas.
Paco Nieto

No hay comentarios:

Publicar un comentario