lunes, 28 de septiembre de 2020

Excursión X235: Cueva del Ave María y El Elefantito de la Pedriza

FICHA TÉCNICA

Inicio: El Tranco
Final: El Tranco
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 10 Km 
Desnivel [+]: 544 m 
Desnivel [--]: 544 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 6

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta












TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)

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RESUMEN
Con tanto confinamiento y con el caluroso verano encima, hacía tiempo que no pisábamos la Pedriza, así es que para remediarlo, decidimos ir en busca de algunos de los riscos más emblemáticos de este paraíso rocoso.

Comenzamos a andar desde el aparcamiento del Tranco, en dirección al canchal donde se encuentra, siempre vigilante, el Indio, con su pose de Gran Jefe Sioux. Unos metros más adelante, uno de los alcornoque más ancianos y curiosos de la Comunidad de Madrid.

Tiene 11 metros de altura, 14 de copa, dos troncos con perímetro de 2,15 m y 1,95 m y se le atribuye una edad de entre 400 y 500 años. 

Sus raíces están entrelazadas desesperadamente a las rocas de granito en la que se sustenta y gracias al lugar donde se encuentra, un risco de dificil acceso, ha sobrevivido a la deforestación y a la acción del ganado de lo que antes era uno de los alcornocales más extensos de La Pedriza.

A nuestra derecha, mantenemos las bonitas vistas de los alrededores de la Ermita de Nuestra Señora de la Peña Sacra, que en 1769, durante la celebración de su festividad, se perdió el control de las velas que rodeaban a la Virgen en la Iglesia y todo prendió fuego, salvándose únicamente la sacristía y dejando la iglesia sin torre, techumbre, ni imágenes sagradas.

Asimismo, cuenta Bernaldo de Quirós, narrando los hechos que le describió en su día el antiguo posadero de Manzanares, que la ermita fue objeto de ataque por parte de los bandidos que poblaban la zona, siendo valientemente defendida por la Guardesa de Peña Sacra.

Aunque oficialmente se llama el Alcornoque del Ortigal, se conoce como el del Bandolero, por una leyenda en la que se cuenta que este árbol lo utilizó un bandolero muy conocido en el siglo XIX, Pablo Santos, llamado el Bandido de La Pedriza, como cobijo y para esconder los botines obtenidos en sus robos. Eran tiempos en los que bandoleros como Luis Candelas y los integrantes de su banda, la de Paco el Sastre, gozaban de cierta fama.

A Pablo Santos le mató Isidro el de Torrelodones en una ajuste de cuentas. Hoy el alcornoque ha quedado a pocos metros de las urbanizaciones construidas casi a sus pies, ¡¡si Pablo Santos levantara la cabeza!!

Un poco más adelante, surgen varias sendas que se acercan a los riscos y que no hay que seguir, debiendo elegir la que más se aleja de ellos, una senda estrecha y algo enmarañada con tendencia a bajar dirección sureste. Este divertido tramo obliga a pasar bajo un túnel hecho de zarzas y entre unas rocas que forman un pasadizo triangular, tras el cual, la senda gana altura con cierta pendiente hasta alcanzar el collado del Alcornocal, donde conectamos con el PR-1, el sendero que circunda La Pedriza.

Una breve parada nos da los ánimos suficientes para seguir el sendero, que en dirección norte asciende entre jaras y rocas en busca de la Gran Cañada. Se llama Senda de la Rinconada o también llamada Senda Maeso. 

Fue trazada por Domingo Pliego, Soledad de Andrés, Ana Mural y José Solé, en la primavera de 1982 en honor de su amigo Antonio Maeso, responsable del grupo de senderismo de Standard Eléctrica.

Pasamos junto a un abrigo, bajo una roca, a nuestra izquierda, y un par de roquedales que hacen de miradores naturales, a nuestra derecha, desde donde disfrutamos de unas magníficas vistas hacia oriente.

Destaca, a lo lejos, el Cerro de San Pedro reflejándose en las mansas aguas del embalse de Santillana, en el que se puede contemplar la pequeña isla y la casa existente en ella, y más cerca, el castillo de los Mendoza, emblema de Manzanares el Real y prototipo de castillo residencial, más que de defensa.

Tras una cerrada curva a naciente y luego otra a poniente que hace la senda en la zona de la Rinconada, llegamos al collado de la Cueva, una extensa pradera en la que, a nuestra derecha, hay un corral con cercado de piedra, sobrevolado por los buitres, y al fondo, una roca redonda que nos parecía la cabeza de un hombre dormido, a su lado una mesa y bancos de piedra.

Pocos metros más adelante, a la derecha, en alto, se abre, como un bostezo geológico, la cueva del Ave María. De esta cueva se cuentan varias leyendas en Manzanares, dícese que gritando en la entrada las palabras Ave María, una voz misteriosa sale del interior, como un eco, respondiendo: Gracia plena.

Otra asegura que nadie pudo llegar nunca al fondo de la gruta, pero en un terreno puramente granítico, esta clase de cuevas con múltiples profundidades serían demasiado raras. De hecho, aunque oscura como la boca de un lobo, bastan unos metros para tocar las paredes finales.

Una vez hechas las fotos de rigor en tan singular enclave, regresamos a la pradera, donde paramos a tomar el tentempié de media mañana. Y una vez repuestas las fuerzas, recuperamos la senda Maeso.

De nuevo las vistas al embalse de Santillana nos relajan el alma. Entre jaras y rocas megalíticas continuamos subiendo, en dirección noreste. Pronto divisamos el Caracol, al que me apresuro a colocar bien uno de los hitos que hacen de cuernos. Es tan real, que no parece si no que vaya a echar a andar en cualquier momento.

Frente al Caracol, al otro lado de la senda, emerge otro risco singular, el Candelabro, que tal parece, con su llama flameante incluida. El espectacular paisaje nos mantenía entretenidos, con buscarle semejanzas a cada risco.

Uno parece una ardilla, otro un afilado diente, a otro le llaman el Ofertorio o las Mozas, otro una mano. Definitivamente, La Pedriza es un parque temático abierto a la imaginación.

De roca en roca, bordeamos el risco de El Corral, que nos queda a la izquierda, y nos adentramos en La Gran Cañada, una de las colosales barrancas que surcan de poniente a levante el mediodía de la Pedriza. Una luenga meseta herbosa, de casi dos kilómetros de punta a cabo, corona esta monumental fractura, por la que pasa el GR-10.

Esta gran explanada nos da un pequeño respiro, pero enseguida toca abandonarla y ascender de nuevo, lo hacemos en dirección noreste, dejando a la izquierda el risco de La Cara de la Gran Cañada. 

Pasamos junto a un vivac triangular y, a los pocos metros, alcanzamos un roquedal que hace de mirador natural, con magníficas vistas, desde el que nos hacemos unas bonitas fotos de contraluces, con el embalse de Santillana de fondo.

Proseguimos el ascenso, ahora giramos hacia el oeste, dejando a nuestra derecha el risco de Los Lunes y junto a él el del Martes, curiosos nombres que nadie sabe a qué se deben. A escasos metros pasamos junto a otro vivac con entrada y salida, que algunos cruzamos.

La senda zigzaguea, primero a la derecha y luego a la izquierda y, nada más rebasar el desvío hacia El Elefantito, divisamos a nuestra derecha la inconfundible figura de El Caracolete, éste muy reconocible. Es el momento de dejar el PR-1 y girar a la izquierda en busca del Elefantito.

Ascendemos entre jaras con grandes moles rocosas a ambos lados, hasta alcanzar un pequeño collado, desde donde contemplamos emocionados la figura quizás más perfecta de todas las que la naturaleza ha labrado en la Pedriza, el Elefantito, y eso que son muchas: caracoles, perros, tortugas, pájaros, cochinos, focas, camellos, dinosaurios y cocodrilos, pero ésta es la obra cumbre del escultor silencioso que habita estos parajes.

Admirando el fino detalle con que están labradas su trompa, sus orejotas y su abultado frontal, convendremos en que la naturaleza es una magnífica escultora, casi tan buena como haciendo originales de carne y hueso.

Es sorprendente cómo la naturaleza, actuando sobre la piedra granítica, con la cuña del hielo y el pulimento del agua, no difiere mucho del escultor que se enfrenta a una roca informe sin una idea determinada, dejándose llevar por las vetas y fisuras hasta dar con la forma más sorprendente.

Los alrededores de esta cima donde se encuentra el Elefantito tienen también su propio encanto, desde la inmensa colección de sugerentes rocas a las vistas de la llanura, con Manzanares y su embalse al fondo.

Tras la infinidad de fotos con todas las poses posibles junto a tan emblemático risco, lo rodeamos, en dirección suroeste, para descender por las Cerradillas hacia la parte más occidental de la Gran Cañada, cruzando un arroyuelo y pasando junto a unos riscos donde las cabras nos vigilaban de lejos.

Al llegar a la inmensa pradera, es imposible no asomarse al mirador del Tranco, un promontorio con una panorámicas de cine hacia Manzanares el Real y su embalse.

De aquí parten varias senda, la de las Carboneras, que baja a pico hacía El Tranco, de amargo recuerdo para mí, por tener que descender por ella, una de las veces, en pleno episodio de un cólico nefrítico; otra baja por el Hueco de las Hoces y la que seguimos, que lo hace por el GR-10.

La senda, muy marcada, como corresponde a un GR, se precipita entre las moles del Castillete, a nuestra derecha, y las de Cacho Brutón, a la izquierda, adquiriendo más pendiente conforme más descendemos, teniendo en su parte final una cuantas zetas, siguiendo un excavado surco que le da algo de emoción a la bajada.

Al acabar la fuerte pendiente, cruzamos por un puente de madera el arroyo de la Majadilla y a continuación el río Manzanares para acercarnos a Canto Cochino, con la esperanza de que estuviera abierto el kiosco y poder comer los bocadillos con cerveza fresquita.

Pero no fue así, por lo que cruzamos el aparcamiento y proseguimos, en dirección sur, paralelos al río Manzanares, pasamos junto al indicador de cumbres que hay junto a la senda, volvemos a cruzar el río, por otro puente de madera, descendiendo desde aquí por su margen izquierda, en dirección este.

Por aquí coincide el PR-1 con el GR-10. Al llegar al kiosco de La Foca, llamado así por el risco que se alza frete a él con esa forma, vimos que estaba abierto, pudiendo por fin, en su terraza, almorzar con refrescantes bebidas.

Tras el descanso, nos tomamos con tranquilidad esta parte final de nuestro recorrido, disfrutando del bonito paisaje de ribera que nos ofrece la Garganta Camorza hasta alcanzar de nuevo área Recreativa de El Tranco, dando así por terminada esta bonita ruta, que bien se merece 4,5 estrellas.
Paco Nieto

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