lunes, 13 de febrero de 2023

Excursión X387: Miradores del Alto Lozoya y Cerro de Peña de la Cruz

FICHA
 TÉCNICA
Inicio: Lozoya
Final: Lozoya
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 15 Km
Desnivel [+]: 549 m
Desnivel [--]: 549 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas/Agua: No/Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 5
Participantes: 8

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN RELIVE
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RESUMEN
Hace un par de años fuimos a conocer el sabinar de Lozoya en esta ruta y Flor propuso hacer una parecida pero que incorporaba además una visita a los miradores que han habilitado por la Dehesa Umbría del Alto Lozoya.

Quedamos en el pequeño aparcamiento que hay en el km 14,1 de la carretera M-604, a la salida de Lozoya si se viene de Rascafría. E día era soleado y con una temperatura ideal para caminar.

Bajo unos hermosos ejemplares de rebollos, comenzamos a andar en dirección al arroyo del Villar, que cruzamos por un puente para enseguida girar a la izquierda y pasar bajo el túnel de la carretera, por una pasarela que deja el arroyo a nuestra izquierda.

Remontamos el arroyo, en dirección noreste, dejándolo siempre a nuestra izquierda, por un incipiente bosque de robles, que tenían sus hojas caídas en el suelo cubiertas de rocío.

Al poco, pasamos junto a una fuente de piedra con un alargado pilón dividido en dos partes y lleno de verdina y musgo que le daba un toque romántico.

También el muro de piedras que servía de límite al sendero ofrecía un aspecto similar, al estar muy recubierto de musgo de un verde intenso.

Un poco más arriba, en la zona conocida como La Umbría, el arroyo se retuerce en un par de meandros muy cerrados, momento en el que la senda se separa un poco de él para volverlo a cruzar 3 km más arriba, después de atravesar el robledal, en el que también vimos algún pino, fresno, enebro y hasta alguna sabina camuflada entre ellos.

Con excelentes vistas al valle y Peñalara al fondo, pasamos junto a un corral, con cerca de maderos para agrupar al ganado y rampa para subirlo a los camiones y hasta vimos unos retazos de nieve de apenas unas cuartas, que a broma nos permitieron decir que en esta ruta habíamos pisado nieve.

Nada más cruzar el arroyo, accedimos a la pista de tierra del Camino de Navarredonda. Pasamos una barrera y giramos a la derecha para continuar, en dirección sureste, por el Camino de Manolo, ruta creada en honor de Manuel Fernández Martín, vecino caminante de Navarredonda, que dejó su huella para que sigamos su senda que conduce a contemplar  la belleza de este paisaje.

La ruta discurre por la Dehesa Umbría, cuyo nombre evoca el histórico aprovechamiento desde tiempo inmemorial de estas tierras para el pastoreo, carboneo y saca de leña por estas lomas de poco sol al estar orientadas al norte.

En leve ascenso, cruzamos por una pasarela de madera un pequeño arroyo, en medio de un joven robledal, en el que abunda la retama y el piorno.

Al poco alcanzamos el mirador el Descanso de Manuel, presidido por un banco de madera, es un balcón privilegiado sobre el valle, que abarca unas amplias panorámicas de los Montes Carpetanos al norte, Somosierra , Cebollera y Peña la Cabra al este, y la Sierra de la Cabrera al sur, las estribaciones que circundan los pueblos blancos que adornan estos paisajes.

Tras las fotos de rigor, continuamos unas decenas de metros más hasta llegar al mirador del Valle Medio del Lozoya, también con banco de madera desde donde contemplar el paisaje.

Aquí paramos para tomar el tentempié de media mañana mientras nos extasiamos con la bonita panorámica del valle, en el que fuimos poniendo nombre a los pueblos que alcanzábamos ver: Navarredonda, San Mamés, Gargantilla del Lozoya, Pinilla de Buitrago, por mencionar solo los más cercanos.

Fuimos a visitar un último mirador, el de la Dehesa Umbría, desde el que nos dimos la vuelta volviendo sobre nuestros pasos hasta desviarnos hacia el suroeste, para ascender junto a un muro de piedra que delimita el término municipal de Navarredonda con Gargantilla del Lozoya.

Superado el muro, conectamos con una pista con huellas de rodaduras que remonta por terreno despejado, con algunos conglomerados aislados de robles, en la zona conocida como los Espinosos.

Al llegar a los Collados, se sugirió desviarnos un poco sobre lo previsto para subir al Cerro de la Cruz, y que al mencionar Carlos que tenía vértice geodésico, no lo dudamos, ¡con lo que me gustan a mi los vértices!

Remontamos la ladera yéndonos hacia la izquierda directos a unos riscos, en los que había un caseta, que presumimos era de observación de aves.

El Cerro de la Cruz no está entre las cumbres más altas del Valle de Lozoya. Con sus 1.513 metros de altitud, pasa desapercibido entre tanta montaña. Sin embargo, su situación en el centro del valle, lo convierten en un estupendo mirador de éste y, en especial, del embalse de Pinilla y su entorno.

Tras los postureos que solemos hacer en los vértices, descendimos por su falda oeste para ir al encuentro de la senda que habíamos dejado, justo en el collado del Portillo, completando así el triángulo que habíamos realizado.

Cruzamos un muro de piedra y continuamos, en dirección suroeste,  por la cuerda, en moderado ascenso, guiados por hitos, por prados, enebros, robles y encinas. ascendiendo a continuación un poco hasta alcanzar el Cerro del Chaparral, siguiendo una estrecha senda.

Un ligero desvío a la derecha nos ofreció la oportunidad de contemplar, todo el valle desde un roquedal. Descendimos un poco hacia el collado de las Fuentes, donde superamos un muro caído para continuar nuestro caminar y donde por fin vimos los primeros ejemplares de sabinas, pero ni una fuente.

Al poco, ante nosotros, el esperado promontorio rocoso del mirador del Chaparral, con unas insuperables vistas del majestuoso valle del Lozoya y el embalse de Pinilla, que recordaba de mis anteriores visitas pero que no por eso me dejan de sorprender.

Es como asomarte al mar por primera vez, se le corta a uno la respiración contemplando los reflejos en el agua. Una solitaria cruz cuadrada preside el espolón del mirador.

Aquí nos explayamos en fotos y más fotos para avivar este recuerdo que seguro permanecerá para siempre en nuestras retinas.

Salimos hipnotizados dirección al embalse por la derecha del mirador, y nada más iniciar el descenso, llegamos a una de las joyas de la naturaleza, el Sabinar de Lozoya, de carácter relicto, es decir, que no se corresponde con las características climáticas de hoy en día, sino con las de épocas pasadas, las propias de bosques esteparios preglaciales que conocieron su apogeo en épocas más frías y secas del Cuaternario. Por eso se adaptan bien en zonas con un duro clima continental.

Estamos rodeados de muchos ejemplares de sabina albar, fácilmente reconocible por su forma cónica y por su hoja en forma de escamas de un verde intenso y falsos frutos azulados. Se suelen desarrollar entre los 1.100 y los 1.300 metros de altitud, aquí están a unos 1250 metros, robándole el espacio a los robles, adaptado y reducido a este lugar por unas condiciones favorables a su desarrollo: bastante inclinación, mucha radiación solar al estar en la solana, escasez de agua en el subsuelo, que da lugar a un monte aclarado, con árboles espaciados, en los que les acompaña enebros y plantas aromáticas como cantuesos, lavandas o tomillos.

Actualmente parecen sentenciados a desaparecer, al encontrarse muy fragmentados y sobre territorios que parecen adversos para la vegetación arbórea, tampoco ayuda el que sean árboles de crecimiento muy lento, que llegan a cumplir edades superiores a 2000 años. Son junto con los tejos y los olivos, los árboles más viejos del continente europeo.

En la Comunidad de Madrid la presencia de sabina es escasa y dispersa, lo que convierte el Sabinar de Lozoya, con 80 ha, en un bosque único.

La sabina era considerado árbol sagrado para los íberos por su hoja perenne, su gran fortaleza y su gran versatilidad. Precisamente estas virtudes han esquilmado su población al ser utilizadas como vigas y tablones en la construcción de las casas.

Con el objetivo cumplido, continuamos el descenso, disfrutando de varios miradores naturales donde seguir admirando las vistas del valle y el embalse.

Tras la empinada bajada, llegamos a las inmediaciones de la presa de Pinilla, a cuyo mirador nos acercamos después de cruzar la carretera M-604 por dos portones, una a cada lado, que debemos dejar cerrados para que no se escape el ganado.

El mirador es también un refugio abierto, con información de las aves y migratorias y sedentarias que pueden verse en el entorno. 

Tiene unas espléndidas panorámicas del embalse. Disfrutando de las magníficas vistas del mar de agua, bordeamos el embalse por el bucólico Camino Natural del Valle de Lozoya, hasta cruzar por un puente el arroyo del Villar, y de allí al aparcamiento donde habíamos dejado los coches.

En Lozoya disfrutamos del menú que nos sirvieron en el restaurante el Valle de Lozoya, completando del mejor modo posible este estupendo día, que bien se merece 5 estrellas.
Paco Nieto

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