lunes, 3 de octubre de 2022

Excursión X363: Cerros de Alcalá por cueva Malvecino y Gigantones

FICHA
 TÉCNICA
Inicio: Parque de los Cerros
Final: Parque de los Cerros
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 14,5 Km
Desnivel [+]: 476 m
Desnivel [--]: 476 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas/Agua: No/No
Ciclable: Sí
Valoración: 4,5
Participantes: 4

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN RELIVE
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RESUMEN
Otro lunes más, y por diversos motivos personales solo nos apuntamos un grupo reducido de compañeros a la excursión prevista para hoy.

A las 10:15h y casi sobre la bocina, llegamos al punto de encuentro en el pequeño aparcamiento del parque Natural de los Cerros de Alcalá, mi amigo Paco y yo. Allí habíamos quedado hoy con Juan y Flor.

Llegamos con algún que otro kilómetro demás por no haber puesto a tiempo el GPS, y habernos pasado el desvío correcto de la A2. Tuvimos que dar la vuelta y retroceder unos cuantos kilómetros para buscar la carretera M-300 que va en dirección Loeches - Arganda.

La entrada al aparcamiento podía estar mejor señalizada, pero nos puede servir como referencia que se encuentra próxima al puente Zulema, que cruza el río Henares. Afortunadamente, como no era la primera vez que veníamos a este parque, ya conocíamos dónde se situaba la entrada del aparcamiento. Hoy, no está muy concurrido, al contrario que nos podemos encontrar los fines de semana, donde hay que madrugar si se quiere encontrar plaza sin problemas.

Salimos del aparcamiento dirección Norte, cruzando la barrera que impide el paso de vehículos.

Dejamos a nuestra derecha el primer desvío que es el camino por el que vamos a regresar, y cuando llegamos al segundo desvío tomamos la pista que sale a nuestra derecha en dirección al centro de interpretación del parque.

Una vez en el mismo, y después de beber un poco de agua en su fuente, que es la única que nos vamos a encontrar en todo el recorrido que vamos a hacer hoy, seguimos por la pista que sale a la izquierda del edificio, llamada camino de la Alvega.

Cuando llegamos a la altura de unas edificaciones que pertenecen a la fundación Remar, cogemos la pista de la izquierda que en los primeros metros va pegada al muro de esas edificaciones, y que abandonaremos 450 mts más adelante para tomar de nuevo a la izquierda, la senda que va pegada al río Henares.

El terreno es arcilloso y hoy afortunadamente está seco, La última vez que estuvimos por aquí estaba empapado, y eso nos causó algún que otro resbalón, en más de una ocasión, que hizo que casi acabáramos con nuestros huesos terraplén abajo, en el río. Desde luego no aconsejo realizar esta excursión con terreno mojado.

Este tramo de senda que transcurre paralelo al río atraviesa una pequeña cárcava, dónde deambulaba de forma totalmente despreocupada un conejo, de los muchos que hay en la zona, y que no puso reparos para posar en la foto junto a la entrada de su madriguera.

Una vez rodeada esta pequeña cárcava, el sendero se estrecha para seguir junto al río, por la ladera de un pequeño cerro que dejamos a nuestra derecha. Esta zona se debe de evitar en caso de suelo mojado, por el riesgo de caída hacia el talud que nos separa del río unos cuantos metros más abajo.

Al salir de este estrechamiento, alcanzamos una pista ancha llamada camino del Castillo, prácticamente a la altura del cerro de Malvecino. La subida a este cerro, cubierto casi por completo de pinar de reforestación, era el primer objetivo del día que nos habíamos marcado.

El ascenso se puede realizar por varios senderos que parten de la pista donde nos encontramos, aunque también hay otras sendas que permiten el acceso por cualquiera de los otros puntos cardinales. Nosotros elegimos uno de ellos, que parte de la cara más próxima al río, y que rápidamente gana altura por un terreno muy empinado y en algunos tramos con tierra suelta, que dificultaba la progresión.

En unos pocos minutos, salvamos los 100 mts de desnivel que nos separan de su cima, y alcanzamos la pequeña altiplanicie.

Desde la misma ya podemos disfrutar de las primeras panorámicas de la ciudad de Alcalá de Henares, tanto la ciudad antigua como la moderna, así como del cerro de la Tortuga y Cerro del Ecce Homo. Después de hacer alguna foto, bajamos por el lado opuesto al que hemos utilizado para subir, y alcanzamos en pocos minutos la pista que rodea al cerro por su parte posterior, llamada camino del Hoyo.

Tomamos este camino hacia su izquierda, para terminar de rodear el cerro. Cuando alcanzamos de nuevo el camino del Castillo, que habíamos abandonado para realizar la subida, retrocedemos unos pocos metros por el mismo hacia nuestra izquierda, para realizar una visita a la pequeña cueva de Malvecino que se encuentra en la base del cerro.

Esta vez nos encontramos en la entrada, con basura que algún buen samaritano ha tenido a bien sacar de su interior: latas de cerveza, botellas y bolsas de plástico, entre otras lindezas, ya que esta cueva parece ser que se utiliza de forma habitual para realizar botellones en su interior, dejándola en un estado lamentable.

Aunque la boca de acceso no es muy grande, agachándonos un poco accedemos sin problemas a su interior, donde la altura del techo de la cueva permite pasear por su interior sin problemas.

La cueva es recta, no muy profunda, pero sin embargo presenta algunos entrantes a ambos lados, que según algunas fuentes se podrían haber utilizado a modo de bodega, para albergar grandes tinajas. Aprovechamos para hacernos alguna foto, y salimos de nuevo al camino del Castillo.

Proseguimos por él, próximos al río, dejando a nuestra izquierda las ruinas de una antigua construcción, en la zona próxima al río donde hay una pequeña represa que se suele utilizar para cruzar desde el lado de Alcalá hasta esta orilla.

Nos encaminamos hacia las ruinas del Castillo de Qal´at Abd Al-Salam (Alcalá La Vieja) fortaleza de origen islámico, que data del siglo IX, aunque se indica que también se han hallado en esta zona restos arqueológicos de la Edad del Hierro y de la época romana. Adosados a su muralla existieron 8 torreones de los que se conservan actualmente la torre albarrana, bien conservada, y restos de otras tres, en muy mal estado.

Lo que empezó siendo una pequeña atalaya árabe, para defender estas tierras hacia el sur de las incursiones de las huestes cristinas, fue adquiriendo una mayor relevancia hasta convertirse en una fortificación, alrededor de la cual fue estableciéndose un núcleo de población.

Cuenta la leyenda que, cuando durante la reconquista, el arzobispo de Toledo ordenó la toma del castillo, apareció una gran cruz brillante en el alto del cerro que hoy conocemos como el Ecce Homo, y guio a las tropas cristinas en la batalla y en la victoria. Por ese motivo, el cerro del Ecce Homo también es llamado cerro de la Vera Cruz.

Más tarde, la ciudad de Alcalá se fue trasladando a un nuevo asentamiento en la otra orilla del río Henares, mucho más plano, y Alcalá la Vieja fue perdiendo relevancia y población de forma paulatina.

En este par de imágenes, se recrea lo que pudo ser la fortaleza árabe, que aparece en el programa de Telemadrid “Desmontando Madrid”:

También dejo aquí y en este otro, enlaces a páginas donde se ofrece más información sobre esta fortaleza, por si tenéis interés en conocer algo más de ella:

Desde mi última visita a este lugar, ha desaparecido la valla que protegían las ruinas y que estaba rota por varios puntos, lo que nos permite visitar los restos sin problemas y sacarnos alguna foto en el arco de herradura que aún se mantiene en pie.

Abandonamos las ruinas de la fortaleza, saliendo por la parte superior de las mismas, junto a una de las torres que se mantiene aún en pie gracias a los refuerzos de cemento que se colocaron hace unos años. 

Bajamos por el pequeño sendero que aparece junto a ella y vamos en busca del segundo objetivo del día, la cueva llamada de los Gigantones, que tenía pendiente de la anterior visita a esta zona, y que tampoco conocen mis compañeros, ni mucha más gente, por encontrarse medio oculta.

En su mayor parte, el manto vegetal que cubre estos cerros, barrancos y cárcavas, está compuesta por albardín, que es un tipo de esparto que puede llegar a alcanzar una altura de unos 60 cms, y es de color verde amarillento.

Sus hojas tienen aspecto de junco lo que contribuye a reducir la perdida de agua. El albardín es una planta que se utiliza actualmente para el control de la erosión, sobre todo en este tipo de zonas semiáridas con suelos arcillosos o yesíferos, que están expuestos a una fuerte erosión, y que prácticamente no soportan otro tipo de vegetación..

Ayudándonos del GPS localizamos la pequeña entrada a la cueva, en una senda que sale a la izquierda del camino que sigue el tendido de torretas eléctricas, en la falda del Ecce Homo. La verdad es que esperaba encontrar una boca de entrada más ancha y que estuviera indicada de alguna forma, pero nada más lejos de la realidad.

Si no fuera porque había visto fotos de su interior en internet, donde se ve amplia y grande, os aseguro que no me hubiera aventurado a entrar por ella.

Como os digo la boca es angosta y en sus primeros metros tenemos que arrastrarnos gateando, por un suelo cubierto de polvo, que hace que nos manchemos toda la ropa que llevamos puesta. Por delante marcha Juan, con el frontal prácticamente sin pilas, y con problemas para iluminarse con el teléfono móvil.

El resto le vamos preguntando desde la entrada, si hay que arrastrarse mucho antes de poder ponernos en pie. Y no, ese tramo no tiene más de 10 – 15 mts. Una vez superado el mismo, ya nos podemos erguirnos y avanzar por el interior de la cueva sin problemas. Esta es larga y con grandes columnas en el medio, en la mayoría de los casos desgraciadamente llenas de grafitis, lo que desluce el lugar.

Van apareciendo diferentes habitáculos separados por restos de muros de mampostería, probablemente de los tiempos de la guerra civil donde se utilizo por parte de la población como refugio para resguardarse de los bombardeos.

Se habla en algunos textos que llegó a albergar a más de 600 familias. Cuanto más avanzamos hacia su interior, va apareciendo más basura, latas de cerveza, botellas, plásticos, hasta un paquete de café. No alcanzo a entender, cómo se puede llegar hasta aquí para dejar todo lleno de basura. No me entra en la cabeza. Al final, si se quieren preservar estas cuevas, se prohibirá el acceso a las mismas y pagaremos todos por unos cuantos guarros y maleducados.

En algunas zonas parece que se han producido desprendimientos, por lo que hay que ir con precaución, y por ello tampoco nos prodigamos mucho en su interior.

Aquí os dejo un enlace con más información, sobre esta cueva y la de Malvecino:

Según indica la leyenda, su nombre proviene de los ogros gigantes de un solo ojo, largas barbas y dos filas de dientes, que la habitaban, y de extraordinaria longitud, llegando hasta Guadalajara por un lado y por el otro hasta el Castillo de Santorcaz.

Una vez dada por concluida la exploración de algunos de los más de 100 mts que tiene la cueva, salimos de nuevo por la angosta entrada, nos sacudimos un poco el polvo acumulado, cargamos de nuevo la mochila y proseguimos por el sendero en dirección norte.

Bajamos de nuevo casi hasta la altura del río, a la zona conocida como Dehesa de la Barca, para una vez cruzado uno de los múltiples barrancos que bajan desde el Ecce Homo, encarar los 130 mts de subida que nos separan de la cima del cerro de la Tortuga.

Vamos afrontando la fuerte pendiente, por un estrecho sendero que poco a poco se va encaramando por la ladera, franqueado a los lados, por las paredes que caen hacia dos barrancos. Algunos prefieren no mirar y fijarse solo donde vamos poniendo los pies en el estrecho sendero, que de vez en cuando se va asomando a uno u otro barranco. 

Al igual que en la subida anterior al cerro de Malvecino, también nos encontramos con zonas de tierra descompuesta, pero aquí además hay tramos donde los tallos desprendidos de los albardines sobre el sendero hacen que avancemos con alguna dificultad y con precaución para no resbalar. No quiero pensar lo divertido/peligroso que tiene que ser, subir por aquí con suelo húmedo.

Por otro lado, y habiendo superado ya la una y media de la tarde, vamos empezando a notar el calor, que se acentúa por la sequedad del entorno ante la falta de lluvias, lo que hace que mis perrillas, lo empiecen a acusar.

Una vez alcanzado el cerro de la Tortuga, y sin detenernos, nos tiramos hacia abajo hacia el otro lado, perdiendo los 50 mts de desnivel que nos separan de un pequeño collado donde se encuentra una torreta eléctrica, para encarar desde este punto, el último tramo de ascenso de 150 mts de desnivel, hasta el cerro del Ecce Homo, con sus 836 mts de altura.

Tomo en brazos a una de las perrillas, ya que veo que empieza a acusar el calor y va jadeando demasiado, y no quiero arriesgarme a que le de un golpe de calor, aunque las mantengo a ambas bien hidratadas. Es importante recordar que hay que llevar siempre agua suficiente, tanto para nosotros como para nuestras mascotas.

Sin embargo, el ritmo de subida que hemos llevado en la Tortuga, lo empiezo a acusar también yo en este último tramo, quizás porque hace mucho calor, y tengo que parar a mitad de la subida para soltar a la perrilla y tomarme unas pastillas de Isostar y un gel energético. Poco a poco y en último lugar alcanzamos los dos la cima del Ecce Homo.

Para estar a primeros de octubre, el termómetro que llevo colgado en la mochila, marca 37 grados al sol, que no está mal para este veranillo de San Martín. Hasta aquí no hemos tenido nada de sombra en todo el recorrido, y las previsiones que anunciaban cielos nublados, no se han cumplido.

Nos acercamos a la caseta de vigilancia que hay en uno de los extremos de la cima, en la que se encontraba un bombero forestal desarrollando su labor, y con su permiso, aprovechamos la sombra que brinda esta caseta para resguardarnos del sol durante unos instantes. A su cobijo, acudimos tanto los perros como nosotros.

Desde aquí, intentamos adivinar algunos puntos de la silueta que dibuja al fondo la Sierra de Guadarrama. Somos capaces de localizar sin lugar a duda la Pedriza, La Najarra o el cerro de San Pedro. El resto y debido a la calima reinante, resultan más complicados de identificar.

Después de unos minutos de descanso, bajamos del cerro en dirección sureste por una pequeña senda hacia el pinar y el barranco de la Zarza, para tomar la pista que baja en paralelo a este, ya por zona de sombra.

Aunque teníamos pensado en un principio, proseguir hacia el Cerro Colorado y el Pico de la Greda, a estas alturas decidimos que con el calor que hacía, hemos tenido ya suficiente subida acumulada por hoy, y es mejor dejar esa parte para otra ocasión, que siempre es una buena excusa para volver por estos lares.

Seguimos bajando por la pista, hasta la confluencia de ésta con el barranco Salobre. Con la escusa de que Paco y Flor no lo conocen, decidimos bajar por él, pero antes aprovechamos la sombra del pinar, para realizar una parada y reponer fuerzas.

Una vez reconstituidos y descansados, comenzamos a bajar por el serpenteante barranco Salobre, entre paredones y rocas de caprichosas formas, donde se aprecian las distintas capas de arcillas, margas, calizas y yesos que se han ido depositando durante siglos, cuando todas estas tierras estaban cubiertas por el mar de Tethys antecesor de nuestro Mar Mediterráneo.

Con el paso del tiempo, el agua y los torrentes han ido dando forma al paisaje y creando abruptos barrancos como el de la Zarza, por el que transitamos.

Siguiendo por este espectacular barranco, llegamos a un paso subterráneo que cruza el camino de la barca. Lo atravesamos y continuamos por el cauce natural del barranco hasta una zona donde se abre este y da paso a una llanura donde el pequeño sendero se transforma ya en una cómoda pista.

En esta llanura, podemos observar el esfuerzo de reforestación que se ha empezado a realizar hace unos años, para evitar la erosión del terreno.

Nosotros seguimos la ancha pista en dirección suroeste, a la cual poco a poco van uniéndose otros caminos sobre todo por nuestra izquierda; Camino de Anchuelo, Camino del Retén, Camino de la Puerta Verde, etc, que habrá que explorar en otra ocasión.

Más abajo y llegando ya a la zona del aparcamiento, nos encontramos con Tarays, arbustos que en su momento se utilizaron para recuperar, junto con el pino carrasco, parte de los terrenos donde se situaba el antiguo vertedero de la ciudad. Unos minutos después llegamos cómodamente al aparcamiento.

Por el tesoro ecológico que supone este parque en su totalidad, desconocido en muchos casos, por los tesoros que alberga: sus siempre sorprendentes cárcavas y barrancos, sus cuevas ancestrales, sus ruinas históricas, las vistas que disfrutamos desde sus cerros, etc, le otorgamos una puntación de 4,5 sobre 5.
Carlos Revilla

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