lunes, 31 de enero de 2022

Excursión X320: Amanecer en la Pedriza

FICHA
 TÉCNICA
Inicio: La Pedriza. Manzanares el Real
Final: La Pedriza. Manzanares el Real
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 9,8 Km
Desnivel [+]: 631 m
Desnivel [--]: 631 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas/Agua: No/No
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 7

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN RELIVE
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RESUMEN
Llevábamos tiempo pensando que sería interesante comenzar una ruta de noche y hacer unas fotos del amanecer. La idea que parecía buena para los que nos gusta la fotografía generaba algún gruñido en el resto. Por eso optamos por una solución salomónica. Madrugaríamos los “fotógrafos” y tras hacer las fotos esperaríamos a los demás tomando un café del termo. Y así hicimos.

Previamente Jorge y yo tomamos la iniciativa de hacer un reconocimiento del terreno, pues es necesario tener identificada una buena localización para las fotos, saber por dónde iba a salir el sol y además tener el track grabado para poder subir de noche e intentar que estuviera lo más cerca posible de los coches.

Comenzamos a andar, casi de noche aún, desde el comienzo de la Senda Maeso, al final de la calle de las Peñas de Manzanares el Real. Las luces en el horizonte y el comienzo de la hora azul hacían el paisaje maravilloso.

Caminamos un poco por esta senda, un tramo del PR-1, el sendero que circunda La Pedriza, y enseguida nos desviamos a la izquierda, flanqueados por sorprendidas cabras, para subir a lo más alto del Mongote de San Bernardo.

Desde este canchal se tienen unas excelentes vistas a oriente, por donde el sol comenzó a asomarse. Hay que decir que la aplicación Photopills volvió a ser muy útil pues poniendo bien el día y la hora presenta con exactitud el momento y lugar deseado en las trayectorias del sol y la luna.

Este tipo de salidas requieren un equipo fotográfico y, como debe ser cargado toda la ruta, elegimos que fuera lo más ligero posible. Cámara fotográfica con un zoom angular y un trípode de viaje ligero.

Una vez llegados a la localización y provistos de nuestros frontales nos pusimos manos a la obra.

Ese día nos acompañó Dani, amigo mío, que tras la sesión volvió sobre sus pasos pues tenía que irse a trabajar. Hicimos acopio de fotos y sorprendidos por la extraordinaria buena temperatura del amanecer, desayunamos, esperando al resto del grupo con tan impresionantes vistas.

Tras las fotos y con el sol remontando el horizonte, y agrupados con los no madrugadores, recuperamos la senda y nos dirigimos al collado del Alcornocal.

Una breve parada nos da los ánimos suficientes para seguir el sendero, que en dirección norte asciende entre jaras y rocas en busca de la Gran Cañada.

Pasamos junto a un abrigo, bajo una roca, a nuestra izquierda, y un par de roquedales que hacen de miradores naturales, a nuestra derecha, desde donde disfrutamos de unas magníficas vistas hacia oriente.

Destaca, a lo lejos, el Cerro de San Pedro reflejándose en las mansas aguas del embalse de Santillana, en el que se puede contemplar la pequeña isla y la casa existente en ella, y más cerca, el castillo de los Mendoza, emblema de Manzanares el Real y prototipo de castillo residencial, más que de defensa.

Tras una cerrada curva a naciente y luego otra a poniente que hace la senda en la zona de la Rinconada, llegamos al collado de la Cueva, una extensa pradera en la que, a nuestra derecha, hay un corral con cercado de piedra, en el que había un belén sobrevolado por los buitres, y al fondo, una roca redonda que nos parecía la cabeza de un hombre dormido, a su lado una mesa y bancos de piedra.

Pocos metros más adelante, a la derecha, en alto, se abre, como un bostezo geológico, la cueva del Ave María. De esta cueva se cuentan varias leyendas en Manzanares, dícese que gritando en la entrada las palabras Ave María, una voz misteriosa sale del interior, como un eco, respondiendo: Gracia plena.

Otra asegura que nadie pudo llegar nunca al fondo de la gruta, pero en un terreno puramente granítico, esta clase de cuevas con múltiples profundidades serían demasiado raras. De hecho, aunque oscura como la boca de un lobo, bastan unos metros para tocar las paredes finales de su cavidad.

Una vez hechas las fotos de rigor en tan singular enclave, regresamos a la pradera, donde paramos a tomar el tentempié de media mañana. Y una vez repuestas las fuerzas, recuperamos la senda Maeso.

De nuevo las vistas al embalse de Santillana nos relajan el alma. Entre jaras y rocas megalíticas continuamos subiendo, en dirección noreste. Pronto divisamos el Caracol, al que me apresuro a colocar bien uno de los hitos que hacen de cuernos. Es tan real, que no parece si no que vaya a echar a andar en cualquier momento.

Frente al Caracol, al otro lado de la senda, emerge otro risco singular, el Candelabro, que tal parece, con su llama flameante incluida. El espectacular paisaje nos mantenía entretenidos, con buscarle semejanzas a cada risco.

Uno parece una ardilla, otro un afilado diente, a otro le llaman el Ofertorio o las Mozas, otro una mano. Definitivamente, La Pedriza es un parque temático abierto a la imaginación.

De roca en roca, bordeamos el risco de El Corral, que nos queda a la izquierda, y nos adentramos en La Gran Cañada, una de las colosales barrancas que surcan de poniente a levante el mediodía de la Pedriza. Una luenga meseta herbosa, de casi dos kilómetros de punta a cabo, corona esta monumental fractura, por la que pasa el GR-10.

Esta gran explanada nos da un pequeño respiro después de la subida, pero enseguida toca abandonarla y ascender de nuevo, lo hacemos en dirección noreste, dejando a la izquierda el risco de La Cara de la Gran Cañada.

Pasamos junto a un vivac triangular y, a los pocos metros, alcanzamos un roquedal que hace de mirador natural, con magníficas vistas, desde el que nos hacemos unas bonitas fotos de contraluces, con el embalse de Santillana de fondo.

Proseguimos el ascenso, ahora giramos hacia el oeste, dejando a nuestra derecha el risco de Los Lunes y junto a él, el risco del Martes, curiosos nombres que nadie sabe a qué se deben. A escasos metros pasamos junto a otro vivac con entrada y salida, que algunos cruzamos.

A pocos metros, dejamos la zigzagueante senda para seguir la primera que nos sale a la izquierda, hacia El Elefantito.

Ascendemos entre jaras con grandes moles rocosas a ambos lados, hasta alcanzar un pequeño collado, desde donde contemplamos emocionados la figura quizás más perfecta de todas las que la naturaleza ha labrado en la Pedriza, el Elefantito, y eso que son muchas: caracoles, perros, tortugas, pájaros, cochinos, focas, camellos, caras, dedos, puentes, agujas, dinosaurios y cocodrilos, pero ésta es la obra cumbre del escultor silencioso que habita estos parajes.

Admirando el fino detalle con que están labradas su trompa, sus orejotas y su abultado frontal, convendremos en que la naturaleza es una magnífica escultora, casi tan buena como haciendo originales de carne y hueso.

Es sorprendente cómo la naturaleza, actuando sobre la piedra granítica, con la cuña del hielo y el pulimento del agua, no difiere mucho del escultor que se enfrenta a una roca informe sin una idea determinada, dejándose llevar por las vetas y fisuras hasta dar con la forma más sorprendente.

Los alrededores de esta cima donde se encuentra el Elefantito tienen también su propio encanto, desde la inmensa colección de sugerentes rocas a las vistas de la llanura, con Manzanares y su embalse al fondo.

Tras la infinidad de fotos con todas las poses posibles junto a tan emblemático risco, lo rodeamos, en dirección suroeste, para descender por las Cerradillas hacia la parte más occidental de la Gran Cañada, cruzando un arroyuelo y pasando junto a unos riscos donde las cabras nos vigilaban de lejos.

Al llegar a la inmensa pradera, destaca el mirador del Tranco, un promontorio, al que es fácil subir, con unas panorámicas de cine hacia Manzanares el Real y su embalse.

De aquí parten varias sendas, la de las Carboneras baja a pico hacía el río Manzanares, y por ella seguimos, en dirección suroeste hasta alcanzar El Tranco.

Sin bajar a su aparcamiento, continuamos en dirección al canchal donde se encuentra, siempre vigilante, el Indio, con su pose de Gran Jefe Sioux. Unos metros más adelante, uno de los alcornoques más ancianos y curiosos de la Comunidad de Madrid. Tiene 11 metros de altura, 14 de copa, dos troncos con perímetro de 2,15 m y 1,95 m y se le atribuye una edad de entre 400 y 500 años.

Sus raíces están entrelazadas desesperadamente a las rocas de granito en la que se sustenta y gracias al lugar donde se encuentra, un risco de difícil acceso, ha sobrevivido a la deforestación y a la acción del ganado de lo que antes era uno de los alcornocales más extensos de La Pedriza.

Aunque oficialmente se llama el Alcornoque del Ortigal, se conoce como el del Bandolero, por una leyenda en la que se cuenta que este árbol lo utilizó un bandolero muy conocido en el siglo XIX, Pablo Santos, llamado el Bandido de La Pedriza, como cobijo y para esconder los botines obtenidos en sus robos. Eran tiempos en los que bandoleros como Luis Candelas y los integrantes de su banda, la de Paco el Sastre, gozaban de cierta fama.

Un poco más adelante, surgen varias sendas que se acercan a los riscos y que no hay que seguir, debiendo elegir la que más se aleja de ellos, una senda estrecha y algo enmarañada con tendencia a bajar dirección sureste.

Este divertido tramo obliga a pasar bajo un túnel hecho de zarzas y entre unas rocas que forman un pasadizo triangular, tras el cual, la senda gana altura en dirección al collado del Alcornocal.

Pero antes de llegar, nos desviamos por la senda que sale a la derecha, en dirección sur, que tras un rodeo nos llevó al punto de inicio de la ruta.

Para las fechas en las que nos encontramos la temperatura del amanecer ya nos hacía presagiar que pasaríamos calor del bueno.

De hecho, el último tramo lo pasamos pensando en la hidratación a base de cerveza que vendría después, dando así por terminada esta bonita ruta, que bien se merece 5 estrellas.
Carlos Beltrán 

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