lunes, 3 de diciembre de 2018

Excursión X156: Abedular y Chorreras de Canencia

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Canencia
Final: Canencia
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 19,6 Km 
Desnivel [+]: 775 m 
Desnivel [--]: 775 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Tras el intento fallido de visitar el abedular de Canencia la semana pasada, hoy retomamos el proyecto, con la idea además de ampliar la ruta pasando por las dos principales chorreras que alegran el paisaje de este bonito pueblo. Y como la ruta planteada iba a ser un poco larga, por votación elegimos finalizarla descendiendo, que siempre es mejor que acabar subiendo, de ahí que la iniciáramos en el pueblo y no en el puerto de Canencia.

Llegamos temprano a las inmediaciones de la iglesia de Santa María del Castillo, sorprendidos porque durante casi todo el recorrido sólo hemos visto niebla y desde que pasamos en coche por el puerto, luce un sol espléndido.

Echamos a caminar por la calle Real, donde nos sorprende lo estrecha que es una de sus casas, que tiene apenas el ancho de la puerta, seguramente se llevaría el premio guiness. Salimos del pueblo por la carretera que va al puerto, cruzamos el arroyo del Batán, donde giramos a la izquierda justo donde se encuentra la fuente de la Barrera.

Curiosamente, un cartel sobre el puente de la carretera, lo anuncia como "Río Canencia", en lugar de arroyo del Batán, en realidad es un poco más abajo, en el puente Canto, cuando se une al arroyo, que no río, de Canencia, por lo que cabe concluir que el cartel miente dos veces.

En una legua a la redonda del pueblo cantan nada menos que 18 fuentes y otros tantos regatos, que nutren el arroyo de Canencia antes de entregarse al río Lozoya, bajo el puente medieval de Matafrailes.

Canencia es también la cadencia (del latín 'cadere', caer) de sus dos cascadas, todo un récord en una región, la madrileña, que sólo posee ocho saltos dignos de consideración. Una, apenas conocida, la de Rovellanos, en la umbría de Cabeza de la Braña, y la otra, es la famosa chorrera de Mojonavalle, junto al puerto de Canencia, ambas objetivos de la excursión de hoy.

Ascendemos suavemente por una pista coincidente con el PR-29, atravesamos la mencionada barrera, con el susurro del arroyo a nuestra izquierda, con los primeros rayos del sol asomando por la cresta del Mondalindo.

Enseguida cambiamos de margen cruzando el arroyo del Batán por el puente de las Cabras, con protecciones de madera e inmediatamente dejamos la pista para seguir junto a su cauce, más atractivo que el arenoso camino. Este arroyo lo forman en realidad dos, el arroyo del Ortigal, que nace a los pies del Mondalindo o Cabeza del Cervunal (1.831 m), y el de Matallana, que nace en la loma de Cabeza de la Braña (1,771 m), ambos se abrazan justo antes de la presa del Batán.

El entorno es muy bello, con pequeños saltos de agua y pozas que prometen buenos baños en verano. Al otro lado del arroyo divisamos lo que queda del Molino del Morote, al que los mapas llaman, para variar, del Gollote. El molino está muy deteriorado y en un lamentable estado de ruina que amenaza con su total derrumbamiento, lejos quedan los gloriosos días en los que tener un molino era signo de prosperidad.

Poco a poco el recorrido se complica y nos obliga a alejarnos algo del arroyo, subiendo por la ladera hasta alcanzar la presa del Batán, protegida por una oxidada barandilla que está pidiendo a gritos una mano de pintura y algo de mantenimiento.

Cruzamos la presa, mientras disfrutamos de su agua remansada haciendo de espejo de las montañas (tiene un volumen de 0,37 hm3, una superficie de 4,43 ha) y ascendemos por una senda que culebrea a media ladera por el empinado roquedal cercano al arroyo de Matallana, marcada con algunos hitos, que gira a la derecha, ofreciendo una bonita vista de un pequeño salto de agua de gran atractivo y, más al fondo, de la chorrera de Rovellanos, mucho más espectacular.

Enseguida llegamos a ella, avanzando con tiento por la empinada ladera. La chorrera forma una hermosa cola de caballo, que se derrama estrepitosamente sobre un lanchazo de gneis, de ocho metros de altura, recogiéndose en una poza rodeada de sauces, rosales silvestres y fresnos. Su poza promete un delicioso baño en verano, pero no así el resto del año, pues sus aguas alimentadas por las nieves cortan como una sierra radial.

Tras el breve descanso, iniciamos la ruta hacia el puerto de Canencia remontando, con fuerte pendiente, el lanchar por el que se precipita el agua, mucho más abrupto y poco recomendable mojado o con hielo, que bordear la ladera que nos acercó hasta la chorrera.

El valle del Lozoya se iba abriendo al este, enmarcado por Peñalara, los Montes Carpetanos y la sierra de Ayllón en el horizonte. Vencido el repechón, enlazamos con la senda que en dirección suroeste nos llevó a Las Hiruelas, en la loma norte de Cabeza de la Braña, de la que sólo nos separa un kilómetro de distancia y 200 metros de desnivel. Braña es una voz arcaica, anterior a la conquista romana del norte peninsular, que los 'vaqueiros' asturianos aún usan para referirse a los pastizales de verano.

El día era espléndido y, según se ganaba altura, las cumbres del oeste de los Carpetanos y Peñalara se iban mostrando relucientes de nieve.

Continuamos hasta internarnos en el pinar, atravesamos un cortafuegos y enseguida enlazamos con el camino de Miraflores (PR-28), pasamos junto a la pradera de Navasaces, en Collado Cerrado o Hermoso, hasta el puerto de Canencia, donde en una de las mesas de su área recreativa paramos a tomarnos los bocadillos. En uno de los monolitos del puerto está inscrita la famosa frase cargada de razón: El camino de la vida siempre pasa por un monte. G-98.

Tras el descanso, nos acercamos a las bucólicas charcas que se forman junto a la carretera M-629, que cruzamos para continuar por el GR-10.1, pasando junto a la fuente de la Raja, que no tenía agua por estar en proceso de rehabilitación el depósito del que se surte.

Dejamos un chozo de pastores a nuestra derecha y al alcanzar el Centro de Educación Ambiental El Hornillo, desde el que divisamos en primer término, el valle de Canencia; más allá, la cuenca media del Lozoya y las tierras de Buitrago; y, amurallando el horizonte, Peñalara, las cumbres de los montes Carpetanos, Somosierra y Ayllón.

Dejamos la pista girando a la derecha, en la explanada del mirador, un imponente hito de piedra, junto a unos hermosos ejemplares de abedul, sirve de comienzo de la senda ecológica que desde su base se inicia hacia el Arroyo del Sestil del Maillo, que nos lleva a la segunda chorrera de la jornada, la de Mojonavalle, donde el arroyo del Sestil se escurre por un pétreo tobogán en dos tramos con más de 50 metros de altura, con un torrente de agua tan abundante y espectacular como nunca habíamos visto antes.

Era todo un espectáculo contemplar cómo se despeñaba y brincaba el agua entre las rocas. Éste es uno de los rincones más umbríos, húmedos y gélidos de la sierra de Guadarrama, como lo demuestra la cascada, muy a menudo helada. 

Después de las inevitables fotos, descendimos junto al arroyo del Sestil del Maillo. Sexta', para los romanos, era la hora central del día, la de más calor, que designan tanto la costumbre de dar una cabezada después de comer como la que tiene el ganado de recogerse en lugares fresquitos para más o menos lo mismo. De ahí viene 'sestil', que es el nombre que reciben tales lugares y este arroyo, uno de los más sombríos de Madrid.

El Sestil del Maíllo tiene su cuna en la umbría del cerro Perdiguera (1.866 metros), a medio camino entre los puertos de Canencia y la Morcuera. A su vera proliferan, formando un bosque de cuento, abedules, tejos, acebos y serbales, especies típicas de latitudes mucho más norteñas que conforman un bosque singular –el llamado abedular de Canencia–, recuerdo de los días de frío pelón de la última glaciación.

El abedular juguetea con las frías aguas del arroyo del Sestil del Maillo, que le da la humedad necesaria para su existencia. Los robles aportan algo de contraste al verde de los pinos y matorral del camino, que junto con el llamativo musgo, colorean el paisaje de llamativa forma.

Cruzamos el arroyo por un puente, y poco antes de llegar a la carretera, nos topamos con el Acebo del Puerto, árbol singular nº 76 de la Comunidad de Madrid, un bello ejemplar de 13 metros de altura, 7 metros de diámetro de copa, 2,1 metros de perímetro y con más de 200 años.

Unos metros más abajo, llegamos al puente de la Pasada, y sin casi pisar la carretera M-629, proseguimos por una senda paralela a ella y a pocos metros, buscamos el Tejo de la Senda, árbol singular nº 229, un esbelto ejemplar de 10 metros de altura, 15 metros de diámetro de copa, 4,1 metros de perímetro y con más de 400 años.

Continuamos por la senda, plagada de acebos, que al poco cruza la carretera y se dirige, en dirección noreste hacia el arroyo de Estepares, que vadeamos, cambiando de dirección, hacia el norte, descendiendo cercanos a su cauce sin senda evidente, vadeamos el arroyo del Hueco, ascendemos hasta enlazar con el PR-28.

Continuamos por la cómoda pista, cruzamos un cortafuegos, descendemos por un espeso pinar, muy sombrío, salpicado de hermosos ejemplares de secuoyas, cruzamos un segundo cortafuegos y conectamos con la carretera. Caminamos unos pocos de metros por ella, continuando por una senda paralela a la carretera.

Entramos en Canencia por la calle de la Ermita del Santo Cristo, de mediados del siglo XIX. Cruzamos el puente del arroyo del Batán o río de Canencia, qué más da ya y acabamos en la plaza de la Constitución, a la sombra de la iglesia.

El origen de Canencia se vincula al proceso de repoblación cristiana, llevado a cabo por la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, tras la conquista de la zona por el rey Alfonso VI de Castilla, a finales del siglo XI. Fue utilizado como cazadero por parte de la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media. De hecho, algunos historiadores relacionan el topónimo del pueblo con los perros (canes), ante la supuesta existencia de perreras reales dentro de la localidad.

En el bar Violeta nos tomamos las cervezas de fin de ruta, bien atendidos, a pesar de que ya no está Feli, dando así por terminada esta magnífica excursión, con mucha agua, otoñal y buenas vistas, que bien se merece 5 estrellas.
Paco Nieto

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