lunes, 26 de noviembre de 2018

Excursión X155: La Cruz del Mierlo por la senda de las Cabras

FICHA TÉCNICA
Inicio: 
Entrada a La Pedriza
Final: Entrada a La Pedriza
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,4 Km 
Desnivel [+]: 534 m 
Desnivel [--]: 534 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
La intención de hoy era hacer una ruta por el Puerto de Canencia para ver el abedular y la Chorrera de Mojonavalle con tonos otoñales, pero una nevada hizo que la carretera se pusiese peligrosa y nos dimos la vuelta en busca de una zona menos alta. Al pasar por Manzanares el Real decidimos ir a ver la Cruz del Mierlo subiendo por la senda de las Cabras, con la esperanza de que, según los pronósticos, a primera hora de la mañana dejaba de llover.

Iniciamos la ruta en el aparcamiento situado en la entrada de la Pedriza, y sin entrar en ella, comenzamos a andar la pista que sale a su izquierda, en drección oeste, llamada Colada de Mataelpino, coincidente con el GR-10 y el Camino de Santiago desde Madrid.

Sin apenas pendiente, pronto alcanzamos el collado de la Jarosa, vadeamos el Arroyo del Campuzano, y a poco más de 3 km del inicio, alcanzamos la Ermita de San Isidro, precedida de una fuente con pilón usada como abrevadero del ganado trashumante.

La Ermita fue levantada con mampostería de la zona por los vecinos de El Boalo. Es el reflejo de la devoción que sus habitantes profesan a San Isidro Labrador, como Patrón por excelencia de los ganaderos y agricultores, gremio a los que pertenecían la inmensa mayoría de sus habitantes antiguamente.

Al pie de la significativa Peña Mediodía, bajo la Torreta de los Porrones, y junto al área recreativa ecológica del mismo nombre, la Romería tradicional en honor al Santo se celebra el 15 de mayo de cada año.

Tras acercarnos a mirar su interior por los cristales de la puerta, comenzamos el que para mí sería el segundo ascenso por la Senda de las Cabras, de la que no cuesta mucho adivinar el porqué de su nombre. Con una ligera pero incesante llovizna realizamos gran parte de su recorrido, lo que añadía una dificultad extra a la empinada ruta.

Nada más comenzar vimos a nuestra izquierda un vivac en el que daban ganas de resguardarse de la lluvia, pero como no parecía que fuese a cesar pronto, continuamos el ascenso, ayudados por lo hitos de piedra, sin perder de vista la Peña del Mediodía, que siempre nos tenía que quedar a nuestra derecha.

Pronto cogemos altura y, mirando hacia atrás, disfrutamos de unas impresionantes vistas del amplio valle y del plateado embalse de Santillana. Pendientes de los de delante y de no resbalar en las escurridizas rocas graníticas, vamos superando la empinada loma, sorteando diligentes los amontonamientos rocosos de la sinuosa senda, que por algo se llama de las Cabras.

Tras un giro a la derecha, divisamos un nuevo vivac, ahora ha dejado de lloviznar y la cuesta se suaviza un poco. Paramos a beber y disfrutar de las bellas panorámicas que desde aquí tenemos.

Un esfuerzo más y nos situamos en la base sur de Peña del Águila, desde donde nos recreamos con el vuelo de varios buitres, con sus alas desplegadas subiendo y bajando por encima de nuestras cabezas.

Descendemos unos metros para bordear el saliente sur de la Torreta de los Porrones, pasamos por un estrecho paso bajo una enorme roca inclinada a modo de chaflán. Superado el mismo, nos encontramos en un pequeño desfiladero, junto a una cueva formada por las rocas, bajo un murallón de piedra vertical que a simple vista parece imposible superar sin el adecuado material de escalada, pero que guarda una sorpresa, la pequeña vía ferrata, instalada en el 2005 y única en la sierra de Guadarrama, que permite este sorprendente acceso a la cresta de la Sierra de los Porrones por su lado más salvaje.

El tramo consta de dos pequeños ascensos, uno, que nos sube el primer escalón rocoso a un rellano encima de la cueva bajo las rocas. Se supera con media docena de clavijas clavadas en la piedra. El pasaje no es difícil, aunque puede impresionar a la gente poco acostumbrada al vacío.

El segundo tramo parte de la repisa y es algo más dificultoso que el primero, desemboca en una canal bastante vertical por la que se sale de la roca. y que nos lleva a la parte alta y final del paso de las Clavijas de la Torreta de los Porrones.

A pesar del miedo que alguno llevaba a este paso, la verdad es que las clavijas, en forma de reposapiés, guardan las distancias entre unas y otras como para poder, a la vez que ascendemos, agarrarnos a la siguiente sin ningún problema.

Una vez arriba seguimos por la senda evidente y, a nuestra izquierda, al llegar a un abrigo natural, entre grandes bloques de rocas, utilizado como vivac, paramos a resguardo de la lluvia, a dar cuenta de los bocadillos .

De nuevo en marcha, y de nuevo la llovizna se hace presente presente. Transitamos ahora por el margen izquierdo del barranco, ascendiendo hasta la chimenea. Encima, la cuesta se templó, alcanzamos una llanura donde terminaron las dificultades, continuando rumbo norte por una zona sin mayor dificultad que sortear la abundante vegetación.

Con magníficas vistas, sobresalía entre nubes el Yelmo y las principales alturas de la Pedriza, la senda alcanza enseguida una cerca. Del otro lado enlaza con otra senda que recorre la cresta de la Sierra de los Porrones. Giramos a la izquierda y en menos de 400 metros llegamos al collado de Valdehalcones, donde se encuentra la Cruz del Mierlo, zona de bonitas vistas hacia ambas vertientes.

La supuesta tumba del Mierlo, se encuentra tendida en el suelo, formada por media docena de piedras de granito toscamente labradas y dispuestas sobre el terreno en forma de una elemental cruz, que un piadoso compañero trazó, acostada en el suelo donde cayó, junto al arruinado corralejo que tantas noches le dio cobijo.

La leyenda cuenta que Mierlo era un pastor de la Pedriza, que vivía en Manzanares el Real en el siglo XIX. Un día se encontró con una señorita, hija de un personaje importante de la corte madrileña, que vagaba por el lugar, que según le relata, había sido secuestrada por unos bandoleros, para pedir un fuerte rescate por ella. Barrasa, el jefe de la banda, llamada de los Peseteros, que medio se había enamorado de la chica, tuvo que bajar a Manzanares a solucionar unos asuntos.

Entonces, dos de los lugartenientes de la banda, a cuyo cargo había dejado a la chica, intentaron abusar de ella pero, ambos se enzarzaron en una discusión en la que uno de ellos murió estrangulado por el otro.

Al regresar, el jefe de la banda se enteró del suceso e hizo arrojar el cuerpo del fallecido por el Cancho de los Muertos, y enojado por la desobediencia empujó al otro tras el cadáver. Cuando estaban en el precipicio, antes de caer, éste logró agarrarse a la pierna de su jefe con lo que cayeron ambos al vacío.

El resto de la banda se asustó por lo sucedido y abandonaron a la joven a su suerte en La Pedriza, que vagó durante un tiempo perdida por los laberintos pedriceros, hasta que la encontró más muerta que viva el Mierlo.

Tras el relato, Mierlo la acompañó a Madrid. Los padres de la joven intentaron recompensarle para que pudiera abandonar su vida rural e incluso le ofrecieron, de corazón, quedarse a vivir con ellos a todo lujo, pero el pastor quiso volver con su vida, con sus cabras y rehusó la recompensa que le hubiera permitido vivir como un duque en la capital.

Y según precisó Bernardo Constancio de Quirós quien recogió la historia en 1919 en la revista Peñalara, la biblia montañera de la época, "volvió a su chozo tornando a su antigua vestimenta, consistente en un sayal atado a los riñones con una tomiza". Hombre sabio como los de su estirpe, el Mierlo sabía que la elemental existencia con su hato de cabras era la mejor de las fortunas.

La vuelta a la Pedriza de Mierlo le salió cara, pues al poco después de aquello, murió a manos de los bandidos que quizás sospechaban que sí hubiese cobrado recompensa, o en venganza por rescatar a su precioso rehén.

A pesar de Bernaldo de Quirós afirmó haberla visto en 1920, la cruz cayó en el olvido porque todos creyeron que una historia tan bonita no podía ser más que una leyenda.

Y olvidada estuvo hasta que, en 2001, un explorador más terco que el resto, Roberto Fernández Peña, dio con ella, divulgando el paradero exacto de estas rocas humildes, pero cruciales para reconstruir el pasado de la sierra, que hoy vuelven a contar su verdad a quien quiera subir a escucharlas.

Tras evocar su recuerdo, volvimos s la alambrada y continuamos en dirección noreste por la bonita senda, plagada de boletus pringosos, que enlaza con el PR-M16, junto a la fuente de las Casiruelas. 

Tras una breve parada, descendimos por el PR, en dirección sureste, alcanzamos el Mirador del Collado de Quebrantaherraduras, con  excelentes vistas de la media Pedriza, y de allí, el del Campuzano, cruzando la carretera que va a Canto Cochino un par de veces, y junto al arroyo de Quebrantaherraduras regresamos al punto de partida, la puerta de entrada de la Pedriza.

Por las dificultades superadas y lo bonita que al final resultó ser, esta excursión se merece 5 estrellas.
Paco Nieto

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