lunes, 24 de febrero de 2020

Excursión X209: Cascada del Huevo y la Chorranca

FICHA TÉCNICA
Inicio: La Pradera de Navalhorno
Final: La Pradera de Navalhorno
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 14,7 Km 
Desnivel [+]: 746 m 
Desnivel [--]: 746 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 7

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN WIKILOC

RESUMEN
Esta semana queríamos disfrutar de una ruta por bosques y, puestos a elegir, qué mejor opción que los magníficos pinares de Valsaín, declarados por la Unesco reserva de la biosfera.

El pinar de Valsaín es uno de los bosques maduros de pino silvestre mejor conservados de España, ello se debe en parte a su origen como reserva de caza de la monarquía española y por el posterior aprovechamiento sostenible de la industria maderera.

Fue Carlos III el que compró una gran extensión de esta sierra que comprendiera los montes de Valsaín, los de Riofrío y la mata del Pirón, para el desarrollo de sus prácticas de caza.

La tala en los bosques de Valsaín sigue una dinámica sostenible hasta el día de hoy. La explotación maderera está ligada al aserradero, el Real Aserrío de Valsaín, que inició su andadura bajo el patrocinio de la Casa Real en el año 1884.

Y para disfrutar de estos bosques, nos reunimos en la Pradera de Navalhorno, desde donde echamos a andar hacia el aserradero, bajo hileras de castaños de Indias que mayoritariamente delimitan el trazado de las calles de esta población que surgió como alojamiento de los gabarreros, jornaleros e industriales, procedentes del País Vasco, dedicados a la explotación de la madera de los bosques de Valsaín.

Pasamos junto a la aserrería, en la que una pareja de cigüeñas preparaba el nido, encaramado a lo más alto de una chimenea de ladrillo. Cruzamos un curioso portón que da acceso a un extenso robledal, dejamos la pista y continuamos por el camino que enseguida sale a la izquierda. En una pradera, montones de troncos de pinos perfectamente alineados esperan a convertirse en tablones.

El día era espléndido, sin nubes y con una temperatura ideal para caminar. Poco antes de alcanzar el arroyo de la Chorranca, giramos a la izquierda para seguir una senda que nos lleva a la bonita cascada del Huevo.

Costaba cruzar el arroyo para verla desde su lado bueno, unos inestables troncos me facilitaron la operación. Es éste un salto de agua de poca altura que ha labrado en el granito una poza en forma de huevo antes de caer en otra más amplia. El gran caudal de agua que arrastra el arroyo hacía atronador el incesante golpeo de ésta en la poza.

Regresamos sobre nuestros pasos hasta alcanzar el puente Negro sobre este arroyo, donde giramos a la derecha para seguir una pista que enseguida abandonamos, continuando a la izquierda por el camino forestal de Majalapena.

A pocos metros, el camino se acerca a la orilla del arroyo de la Chorranca, que muestra, en este tramo, una sucesión de pequeños saltos y pasos del agua entre rocas preciosos.

Cruzamos este hilo de vida por el bonito puente del Vado de los Tres Maderos, toponimia que sin duda recuerda la forma de cruzar el arroyo antes de construir este puente de piedra. Iniciamos aquí el ascenso a la Silla del Rey por una sucesión de pistas por las que se salva un fuerte desnivel, en las que a veces tratamos de recortar sus pronunciadas curvas o seguir sendas paralelas a las pistas de asfalto para un mejor caminar.

Al paso por la Tolla de los Guindos, vimos más montones de troncos y marcas en forma de círculos rojos en algunos de los pinos, la señal de que su fin está cerca.

La edad de corta del pino silvestre es de unos 120 años. La forma tradicional de explotación de estos bosques es la de realizar clareos en los pinares. En los claros que se abren por la corta de los pinos adultos el índice luminoso se eleva lo que facilita la germinación de los piñones y, de este modo, una nueva generación de pinos.

Con el tiempo se va sustituyendo la masa de árboles adultos por nuevos pinos jóvenes regenerando, completamente, el pinar.

Al principio la masa de pinos jóvenes es muy tupida, pero va progresivamente disminuyendo por proceso natural y por la intervención humana, que realiza diferentes limpiezas y cortas hasta alcanzar la densidad conveniente para un óptimo desarrollo del árbol.

Bordeamos la Peña de los Acebos, aunque no vimos ninguno de estos bonitos arbustos que encontramos, eso sí, en otras partes de la ruta. Dejamos la amplia pista para seguir otra más estrecha y arenosa y muy empinada, que remonta en dirección noreste hacia la Silla del Rey.

A poco más de la mitad, la fuente del Nevero nos proporciona un respiro y una buena excusa para descansar un rato, mientras bebíamos de su fresquita agua, que manaba de su caño.

Recuperadas parte las fuerzas continuamos el ascenso entre los majestuosos pinos que dejaban pasar los rayos del sol como si de cuchillos de luz se tratase. Por fin conectamos con otra pista asfaltada y, tras un par de curvas, alcanzamos el collado que hay a los pies de la Silla del Rey.

En su verde pradera paramos a tomarnos el tentempié de media mañana, al calorcito del sol, sentados en unas grandes piedras en medio de la planicie, con el canto de los pájaros como melodía de fondo, todo un privilegio.

En cuanto nos pusimos de nuevo pie, echamos a andar en dirección a la cima, poco más de 60 metros de altura nos quedaban desde la pradera para alcanzar los 1689 metros a los que está la centenaria y pétrea Silla, singular berrueco de la cimera del cerro del Moño de la Tía Andrea, situada junto a unos pinos, encima de unas grandes piedras.

El rey Francisco de Asís la mandó erigir en lo alto del mejor oteadero de los montes de Valsaín para contemplar el Real Sitio y los paisajes guadarrameños y segovianos en medio de los que se alza. En ella reza la siguiente inscripción, algo borrosa por el paso del tiempo: “El 23 de agosto de 1848 se sentó S. M. Don Francisco de Asís de Borbón”. Y nosotros, para no ser menos, de uno en uno fuimos aposentándonos en tan regio trono.

Apenas dos años antes de la referida inscripción, en octubre de 1846, el entonces infante don Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, fue casi obligado a casarse con Isabel II, reina desde los 13 años, de la que era primo hermano por doble vía, pues era hijo del infante Francisco de Paula Borbón y nieto de Carlos IV y Luisa Carlota de Borbón, quien a su vez era nieta del mismo Carlos IV.

Elegido por ser hombre apocado y de poco carácter, que no iba a interferir en política. La boda se celebró en Madrid el 10 de octubre de 1846, el mismo día que Isabel cumplía 16 años.

Nadie en la Corte daba un duro por su descendencia, pues se barruntaba que, además de impotente, era cornudo, sospechas que luego serían desmentidas (o confirmadas, según) por los varios embarazos de la reina.

Hay quien señala que era por esas sangres tan poco ventiladas por lo que los cuadros que lo retratan le muestran meditativo y algo mustio, como enfermizo. Aunque otros subrayan que la melancolía que emana de su figura se debió a su desventurada vida familiar, pues de los once hijos que tuvo sólo salieron adelante cuatro, y uno de los cuatro vástagos supervivientes fue Alfonso XII, nacido en 1857 y tatarabuelo de nuestro Juan Carlos I.

Hoy el sillón de piedra permanece medio arrumbado como una antigüedad inútil entre altos pinos silvestres​, tan altos que apenas permiten vislumbrar retazos de la llanura segoviana, migajas de la que otrora debió de ser una magnífica vista.

Así es como la naturaleza nos recuerda que ella queda y crece, mientras que nosotros estamos de paso, por muchas sillas, cátedras y tronos que mandemos labrar.

Tras emborracharnos de tanta realeza, iniciamos el descenso, por el camino más fácil, por donde habíamos subido, con bonitas vistas de Peñalara aún con algo de nieve de frente, y nos encaminamos a nuestro siguiente objetivo, el arroyo de la Chorranca y su imponente salto de agua.

Para llegar al arroyo, seguimos la pista que se vislumbra a la derecha, conforme descendemos de la Silla del Rey. Primero en dirección sur y, al poco, en dirección sureste, bordeando un cerro hasta alcanzar la máxima altura de esta ruta, 1745 metros.

Para comenzar el descenso, seguimos una poco definida senda a la derecha, que desciende hasta dar con la pista que habíamos dejado al principio, muy cerca de la fuente de la Chorranca, lugar donde nos reagrupamos antes de ir a buscar el arroyo que le da nombre y sus cascadas concatenadas, que desparramaban con estruendo su abundante agua, procedente, 300 metros más arriba, del puerto de los Neveros, donde nace.

Dejándolo a la izquierda, entre pinos, nos fuimos acercando a su cauce hasta coincidir con él, justo antes de que sus aguas se precipiten por un cortado rocoso de 20 metros de altura, para acto seguido, tropezar con otro escalón que lo obliga a dividirse en dos chorreras gemelas, completando de esta forma un triple salto de belleza mortal, el más original y bello de la sierra y uno de mis lugares preferidos.

Tras las innumerables fotos con la preciosa cola de caballo de fondo, y parada placencetera para dar cuenta de los bocadillos, continuamos el empinado descenso, con la certeza de que la belleza del lugar había justificado el esfuerzo de llegar hasta allí.

Con el arroyo resonando a nuestra izquierda, descubriendo, poco después, al otro lado del arroyo, la vieja cacera que, procedente del arroyo de Peñalara, se descuelga en catarata por la brava ladera antes de unirse con el de la Chorranca y llevarse parte de su caudal hacia los jardines de La Granja.

Al perder la senda la pendiente, donde el arroyo de la Chorranca gira hacia la derecha en dirección noroeste, buscamos el mejor sitio para vadear la cacera y un poco más abajo el arroyo, con la ayuda de unos troncos a modo de rústico puente.

Tras cruzar la pradera de la Cabrerizas, lugar utilizado como cargadero de troncos, alcanzamos una pista asfaltada, que seguimos a la derecha para enseguida abandonarla a la izquierda para hacerle una visita al Cueva del Monje, lugar de leyenda y encanto, donde hicimos una breve parada, algunos con sisestecita incluida, mientras otros nos encaramábamos a lo alto del risco.

Continuamos volviendo a la pista por la que llegamos, para al poco, dejarla para seguir una senda que sale a la izquierda en dirección noroeste hacia el Cerro del Puerco, en cuya cima se abre una zona llana, con grandes lanchares graníticos y hermosas vistas.

Conocido sobre todo, por haber sido uno de los lugares en los que, durante la "Batalla de La Granja", en la Guerra Civil española, se produjeron unos cortos pero brutales combates, en los que aún hoy reconocibles fortificaciones que el ejército sublevado levantó en el cerro, a marchas forzadas en 1937, fueron la clave del rotundo fracaso del ejército republicano de tomar esta posición y avanzar hacia Segovia.

Contemplando, con inevitable tristeza, el hipotético escenario de la batalla y con unas inmejorables vistas de Cabeza Grande, la Cruz de la Gallega, Matabueyes, el Montón de Trigo, Siete Picos, Valsaín, la Granja e incluso Segovia.

Ya solo nos quedaba bajar a La Pradera por una desdibujada senda que pasa junto a un fortín y enlaza con una pista con un par de zetas que enseguida nos plantó en el camino de la Granja a la Pradera y de allí a nuestro punto de salida, frente al bar la Pradera, que ahora se llama La Tomasa, donde celebramos con frescas cervezas la finalización de esta bonita ruta entre bosques e historia y que bien se merece 4,5 estrellas.
Paco Nieto

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