sábado, 14 de abril de 2018

Excursión X134: Añe - Armuña

FICHA TÉCNICA
Inicio: Añe

Final: Armuña
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 17 Km 
Desnivel [+]: 157 m 
Desnivel [--]: 122 m 
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4,5
Participantes: 5

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
A propuesta de Marcos H, nos acercamos a Añe para realizar una ruta que acabara en su pueblo, Armuña, siguiendo la ribera del río Moros primero y la del Eresma después, para darnos a conocer la belleza de su tierra.

De la plaza de Añe comenzamos a caminar, con un cielo muy nublado que en el trayecto en coche desde Madrid nos hizo pensar que sería una ruta pasada por agua. Pero afortunadamente, justo antes de llegar dejó de llover y conforme avanzó la mañana, las nubes se fueron retirando para dar paso a un tímido sol.

Abandonado Añe por su lado oeste, descendimos entre almendros y prunos en flor al encuentro del río Moros, que desde su nacimiento al pie del Collado Minguete sigue una curva de media luna en busca del Eresma, al que entrega sus aguas cerca de aquí tras haber recorrido unos 80 km. Cruzamos el puente, maravillados por la gran cantidad de agua que llevaba el río, y nos internamos en una extensa fresneda conocida como El Soto, por la que es un placer caminar contemplando los fresnos trasmochos de enormes troncos, inabarcables por una sola persona, engrosados por las talas de su enclenque ramaje, que se corta al cero cada temporada para alimentar al ganado en invierno.

Continuamos, en dirección noreste, por la pista de tierra que bordea la fresneda, ya que desde no hace mucho la han vallado supuestamente para su protección. El camino conserva en forma de charcos el recuerdo de las últimas lluvias, lo que nos obliga en más de una ocasión a esquivarlos, ya fuera a la izquierda, hacia el frondoso bosque de pinos o a la derecha hacia los fresnos.

Al pasar por una zona plagada de cubos resineros, limítrofe con la pradera de los Álamos, Marcos nos contó que antaño era muy común esta práctica, de la que vivían numerosas familias de la zona, pero dejó de ser rentable y se abandonó, por eso al igual que a nosotros le sorprende ver ahora tanto pino con su correspondiente pote.

Oficio duro éste del resinero, en el que primero se derroñan los pinos, retirando la pizorra; para después clavar las chapas con puntas y sujetar los potes en los que caerá la resina, para después hacer la pica para que el pino sude la resina y cuando caiga al pote y éste está lleno se recogerlo.

Para lograr buenos resultados es necesario que haya altas temperaturas, y también es imprescindible que llueva, para que el pino produzca más resina y de mejor calidad, por lo que parce que este año va a ser muy bueno.

También nos sorprende la gran cantidad de ramas, cuando no pinos enteros, que el aíre a quebrado, lo que unido a las labores de poda que estaban realizando hacía que el suelo del bosque estuviera impracticable.

Terminada la fresneda, y con ella su larga valla, por fin nos pudimos acercar a la orilla del río para contemplar su acaudalada corriente. Retomado el camino, a la altura de lo que queda en pie de lo que fue casa forestal, proseguimos por la pista de tierra paralela en todo momento al río Moros, que al poco desemboca en el Eresma, poco antes de llegar al Molino de Hornos, duplicando así su caudal y anegando toda su ribera. Imagen muy distinta a la estival, en la que apenas lleva agua y es fácil incluso su vadeo.

Después de ver a lo lejos, al otro lado del río, la abandonada estación de Yaguas del Eresma y su cercano puente de hierro, paramos a descansar y tomar el aperitivo, en la pradera antesala de Los Casares, donde se estaba maravillosamente, solo incomodados por unos mosquitos a los que tratamos de evitar cambiando de sitio.

Reanudado el camino, y llevando ya casi 9 km, enlazamos con lo que fue el trazado del ferrocarril, ahora reconvertido en la Vía Verde del Valle del Eresma. Duró poco el camino plano y liso, porque a los 500 metros lo abandonamos a nuestra derecha para acercarnos de nuevo al río que, aunque más encauzado, iba igualmente muy desbordado.

Junto a uno de sus amplios meandros se encuentra el Molino Caldillas, aunque curiosamente no era el agua del Eresma el que lo hacia funcionar, si no las de un manantial que según nos contaba Marcos, jamás deja de manar un agua cristalina. Del que fue próspero negocio, hoy no queda nada, solo la casa en avanzado estado de ruina, ¡¡qué pena de restauración!!

Continuamos el camino, y enseguida comprobamos que pasaba por una zona anegada, lo que nos obligó a cruzar el arroyo del molino, ayudados por unos troncos, con algo de complicación por las zarzas existentes. De nuevo nos internamos en el pinar, que al poco dejamos al enlazar con una pista que pasa junto al Duermo, un sembrado de trigo de un color verde intenso.

Continuamos por el Camino Viejo de Carbonero, que al poco dejamos para acercarnos al Arroyo del Tormejón en busca de un lugar por el que cruzarle y así poder ascender a la ermita románica de la Virgen del Tormejón, pero no fue imposible. En mi intento por conseguir mover un tronco que facilitara el paso, solo conseguí resbalar y caer al agua, pero sin mayores consecuencias.

Resignados con no poder llegar a la ermita, fuimos en busca de la vía verde que antes habíamos dejado, de la que apenas recorrimos 700 metros porque nos desviamos a la izquierda para seguir por la pista que sube a Aramuña, tras pasar por las ruinas de lo que fue una fábrica de tejas. ¡¡Otro oficio en desuso!!.

Llegados al cementerio de Armuña, lo bordeamos para encaramarnos en el vértice geodésico que hay a pocos metros del mismo, que con sus 938 metros, fue la mayor altura alcanzada en el día. Las vistas de toda la Sierra de Guadarrama convalidó el esfuerzo de toda la ruta. De punta a punta era imposible plasmarla en una sola foto, sin duda una de las panorámicas más completas que se pueden tener de ella.

Solo quedaba bajar a la plaza de Armuña, donde todo el pueblo se había reunido entorno al bar de la plaza, a la vera de la Iglesia de San Bartolomé, para degustar unas judías con chorizo y oreja que nos supieron a gloria. Marcos disfrutó doblemente, por vernos tan felices y por reencontrarse con familiares y amigos.

Recuperado el coche que habíamos dejado en Añe, rematamos el día yéndonos a comer unas buenas y exquisitas raciones de cochinillo, con unas espléndidas vistas del Alcázar de Segovia, en el Ventorro San Pedro Abanto, haciendo así que el día fuese redondo, por lo que esta excursión bien se mereció 4,5 estrellas.
Paco Nieto

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